Confieso que no vi el
debate del lunes. El lunes hice mi particular apagón de tele: primero no vi el
partido de España, luego no vi el debate. No salí ganando gran cosa con todo
ello, lo reconozco, salvo una dudosa satisfacción personal: la de pasear con
indiferencia por delante de la pantalla de plasma en negro, y murmurar entre
dientes: «Que te den.»
Después me informé,
claro. Los cuatro tenores se comportaron en general de un modo previsible. Los
analistas, aficionados a cortar los pelos en cuatro, cuentan que Iglesias
estuvo sensiblemente más conciliador que de costumbre, y que Rajoy encajó tan impasible
como suele las acusaciones de corrupción, pero no sin pestañear: el dato
importante es que en esta ocasión sí pestañeó. Por lo demás, al parecer se
orillaron los temas europeos abiertamente desestabilizadores, como la amenaza
del Brexit, la tragedia de los refugiados y el qué hacemos nosotros ahí.
Más sustancia para
el comentario agudo ofreció el partido de la Roja. Se ganó a Chequia, pero el
gol salvador no llegó hasta el minuto 87, que es como decir al humo de las
velas. Igual que en el terreno político, sobre el césped la decisión final se
hizo esperar. Y mira por dónde, el ansiado gol lo marcó Gerard Piqué, la
personificación institucional de la Antiespaña.
El hecho no ha
dejado indiferente a nadie. Por desgracia para el acervo del periodismo de
opinión, los analistas no han extraído consecuencias del dato en su proyección
a los resultados del inminente 26J. Yo sí voy a hacerlo.
He aquí que España
estaba en un brete, enredada en su laberinto, carente de definición, incierta y
desorientada. Es decir, más o menos como nosotros después del 20D. Había que
ganar sí o sí, y los entendidos meditaban seguramente en el recurso a la épica
y en el espíritu de Juanito, mientras corrían aquellos minutos finales que en
contextos diferentes son llamados “los de la basura”. Y entonces marcó Piqué,
precisamente Piqué. En posición perfectamente legal. De un certero cabezazo, sin
acompañarse con la mano como al parecer ocurrió en el Perú-Brasil. Un gol
inobjetable. Modélico. De libro.
¿Y entonces? Nadie
podrá refutar la conclusión de que la España eterna necesita para salir adelante
de la Antiespaña eterna también, porque de lo contrario entra en bucle. Si esta
conclusión luminosa se abre paso en las conciencias, el 26J puede ser un gran
día para todos. Solo nos queda esperar que los acontecimientos, en los próximos
compromisos de España en la Eurocopa, no desvirtúen una lección tan redonda (virtud
especialmente apropiada hablando de fútbol).
En la dirección marcada
por Del Bosque y sus muchachos, por ahí debería ir el voto popular el próximo
día 26. Liberado de corsés defensivos, de tácticas del miedo y de apelaciones intempestivas
a la heroica. Desde la posesión y el control. Desde la sabiduría, y no desde el
arrebato. Desde la cooperación, y no desde la descalificación. Desde la
humildad, y no desde el divismo. Con mucha juventud y sin vacas sagradas.
Por supuesto, sin
Mariano Rajoy.