Leopoldo formó
parte destacada del amplio grupo de militantes que se aplicaron en los últimos años
setenta del siglo pasado a la tarea de estructurar el sindicato “de nuevo tipo”
de Comisiones Obreras en Catalunya, apenas salidos de la clandestinidad. Abogado laboralista de profesión y de vocación, estuvo
al frente del gabinete jurídico de la CONC, pero ese fue solo uno de los
múltiples trabajos sindicales y políticos que desempeñó con lucidez, con rigor
y con una atención y un respeto máximos a las opiniones contrarias, esos
momentos de la discusión en los que otros teníamos que reprimir la propensión a
dejarnos arrastrar a los terrenos de la descalificación y el ataque personal.
Agudo, elegante,
equilibrado, certero, son los calificativos que se me ocurren al recordar
tantas reuniones en las que coincidimos, tantas ocasiones en las que le escuché
hablar en su característico tono reposado y pedagógico. Muchas veces estuve de
acuerdo con él, y otras muchas también discrepé, pero en cuestiones de matices
o de consignas, nunca en un tema de fondo.
Porque Leopoldo
estuvo en el PCC durante unos años, y yo seguí en el PSUC. Aquello fue un tremendo
trauma colectivo, pero para personas que llevábamos años compartiendo
muchísimas cosas y que podíamos comprendernos con apenas una mirada, el trauma
fue llevadero, y solo temporal.
En una ocasión,
después de intervenir los dos en un órgano sindical, en un momento de tensión
muy fuerte entre nuestras “casas madres”, constatamos que en el punto a tratar estábamos
de acuerdo prácticamente en todo.
– Cualquiera diría
que militamos los dos en el mismo partido – le dije, en broma. Y él me contestó
en el mismo tono:
– Es que a mí
siempre me ha gustado estar en el ala derecha de las organizaciones en las que
milito, y vosotros no me disteis opción.
Seguimos viéndonos
ocasionalmente, a lo largo del tiempo, en acontecimientos de carácter sindical,
en charlas y conferencias, o en reuniones distendidas en torno a amigos
comunes. Ya no ocurrirá más. Leopoldo falleció ayer, a los 75 años. Se ha
adelantado, mientras yo sigo en la cola a la espera de mi turno. Pero nuestro
tiempo ha sido y sigue siendo el mismo. Es una obviedad afirmar que no lo
olvidaré, porque los dos estamos enclavados en la misma porción de memoria
histórica.