domingo, 26 de junio de 2016

HACIA UN NUEVO DESORDEN MUNDIAL


Los medios informan de que los británicos han reunido ya dos millones de firmas para solicitar la repetición del referéndum sobre la Unión. Apenas han pasado dos días desde que se celebró. O bien quienes firman habían votado No a Europa y han cambiado de opinión, o votaron Sí y sueñan en una revancha imposible. En uno y otro caso lo que se sobreentiende es una concepción “leve” del mecanismo referendario, como si se tratara de un juego de ordenador, en el que basta clicar el botón “deshacer” para recomenzar la partida desde cero.
Cuando se reclama con tanto ímpetu el derecho a decidir, se debe aceptar también el peso que tiene una decisión. La democracia no es el patio del recreo. Quizás el problema es que nuestras mentalidades se han acostumbrado a un contexto “digital” de decisiones y rectificaciones instantáneas en tiempo real, en tanto que nuestro voto sigue siendo “analógico” y opera en una realidad dura, no moldeable y transformable a voluntad. Una cuestión sobre la que meditar hoy, domingo de elecciones, para no ejercer nuestro derecho inalienable a decidir movidos por un rapto de humor o por los fantasmas de una inquietud premonitoria disipable en pocas horas.
Hubo un tiempo en el que todos los parámetros de la realidad estaban nítidamente expuestos a nuestra consideración: había un Este y un Oeste en guerra fría, lo que alimentaba una tensión continua y una escalada de armamentos según las doctrinas de la deterrence. La deterrence se extendía en las democracias occidentales como la nuestra, desde los principios geoestratégicos y a través de distintas mediaciones, de un lado sobre los trabajadores, conscientes de que no podían llevar demasiado lejos sus reivindicaciones; pero también, de otro lado, sobre los patronos, sabedores de que la negociación era un protocolo obligado que era necesario considerar y mantener para que el nivel de vida del asalariado en un sistema capitalista “con rostro humano” siguiera siendo superior al del asalariado de un postcapitalismo real. El juego de los equilibrios tenía lugar sin red, pivotando a partir del número de cabezas atómicas que guardaban en sus silos la parte y la contraparte contratantes. Todos éramos conscientes de lo que nos jugábamos en cada envite.
Aquel mundo dominado por el miedo a la bomba se ha desvanecido, pero la distensión, el desarme, la globalización, la desregulación, el crecimiento exponencial de las desigualdades y el rápido desmontaje del frágil paraguas del bienestar que nos cobijaba, han activado mecanismos inesperados de desorden y de incoherencia en la conducta de la ciudadanía de las sociedades avanzadas. A la "gravedad" con la que se examinaba cada nueva cuestión, cada nueva crisis, en un mundo abocado a una catástrofe nuclear si cualquiera de las líneas rojas era ignorada, ha sucedido una época de levedad insoportable. No estamos en el fin de la historia, sino en la marcha acelerada hacia un nuevo desorden mundial.