A media tarde
recibo en mi modesto apartamento de Sant Pol la visita del funcionario retirado
George Smiley, el hombre que en tiempos fue conocido como Control en el seno de
los servicios secretos británicos. Una leyenda del espionaje. Sentados en la
terraza, observamos relajadamente a los grandes cruceros disparados a toda
máquina en una y otra dirección, hacia Barcelona y desde Barcelona. Entre Smiley
y yo, sobre la mesita, su taza de té de la India bien cargado (“sin limón,
please”) y mi quinto de cerveza Damm. Sale a relucir el tema del día, el
Brexit. Sus labios se curvan en una sonrisa indefinida.
– ¿Desea que le
manifieste mi vergüenza por el hecho de ser británico, estimado Roderick?
– Puede ahorrarse
los clichés, George – gruño mi respuesta.
– Ah, bien. A
algunas personas les gusta oírlos ¿sabe?
Da un sorbo
cauteloso a su té humeante, y vuelve a dejar con pulcritud la taza sobre su
plato, en la mesita. Deja escapar un suspiro satisfecho. Para una persona
acostumbrada a la consistente humedad londinense, una terraza aireada con un
limonero, un laurel, una mata de romero y un macetón de geranios, es el
desiderátum del jubilado. Smiley es propietario de un cottage en Benalmádena.
Entro en el tema
que ha provocado mi invitación.
– George, usted es
un profesional. ¿Qué opinión tiene sobre el espionaje realizado a un ministro
del Interior en su propio despacho? ¿Tiene el yihadismo esa capacidad
tecnológica? ¿Son los belgas? ¿Es todavía la gente de la Casa Rusia?
Menea suavemente la
cabeza. Cuando habla, su tono contiene un levísimo reproche.
– Roderick, es
imposible plantar una escucha en el despacho de un ministro del Interior.
Algunos acusan a Fernández de incompetente. Puede que lo sea por otros motivos,
pero no en cuanto a mantener un orden estricto en su despacho. No hay allí
jarrones ni lámparas de pie ni falsas estanterías, estoy científicamente convencido.
Entre los profesionales de la seguridad es el “abc”, y no me refiero a su
periódico.
– ¿Cómo se explica
entonces la grabación? Todos los indicios señalan que es auténtica. El propio
ministro dice que se han sacado las frases de contexto, no que sean una
falsificación.
– No se trata de
una falsificación, por supuesto. La conversación tuvo lugar.
– Y fue grabada.
– Y fue grabada,
Roderick.
Smiley es la
placidez misma. Me vienen a la imaginación historias de la cuarta dimensión,
voces de ultratumba, visiones telepáticas de santones hindúes. Mi sólido
racionalismo protesta.
– George, me está usted
diciendo que fue grabada clandestinamente por medios mecánicos una conversación
imposible de ser grabada, según las normas estrictas de seguridad
vigentes en todos los ministerios del Interior del mundo.
– Ah, lo de
“clandestinamente”, yo no lo he dicho.
– Disculpe, George,
tendrá que explicarse mejor.
Hace una pausa para
limpiarse las gafas con un pañuelo inmaculado. Se parece a Alec Guinness, algo
más regordete quizás, con cierto embonpoint
que le redondea los mofletes y acentúa bajo el cinturón la curva llamada de
la felicidad.
– Querido Roderick,
todas las conversaciones sostenidas
en todos los despachos de todos los ministros del Interior son
grabadas, siempre, los trescientos sesenta y cinco días del año, por pura
rutina. El equipo completo de grabación es un complemento que se incluye de
serie en la disposición de los despachos de esas características. Luego, esas
grabaciones de rutina se archivan en un lugar seguro, y se conservan
indefinidamente. Recuerde el Despacho Oval de la Casa Blanca en la época de
Nixon. Los jueces reclamaron las grabaciones de las reuniones con sus
colaboradores íntimos y estas fueron entregadas troceadas y manipuladas, lo que
en último término quiere decir que existían. Si el señor Fernández encontrara
alguna discordancia entre la grabación revelada y el contenido de sus propias
cintas de seguridad, se habría apresurado a airear la falsificación o la
manipulación. No lo ha hecho, luego la grabación es auténtica. Más que
auténtica. Es la suya, la de rutina, la grabación de seguridad. No pudo haber
otra.
– ¿Hay que suponer
entonces la existencia de un topo en Interior?
Ríe con suavidad.
Su té se enfría y mi cerveza se calienta. Aparece en el horizonte, ahora no un
crucero, sino un gigantesco barco portacontenedores.
– Un topo, sí. Con
toda probabilidad alguien del círculo íntimo, ya conoce la formulación clásica:
Tinker, Taylor, Soldier o Sailor. Pero las características del caso también dan
margen a que se trate de un topo de ocasión. Un becario resentido, un
contratado eventual para el mantenimiento, ¡hay tanto empleo eventual mal pagado
y sobrecualificado en nuestros días! En cualquier caso, el lugar del “crimen”
no fue el despacho, sino el archivo. Alguien con acceso temporal o permanente a
la grabación se hizo una copia privada para su uso particular. Eso explica también el retraso con el que ha aparecido la conversación en los medios.
»En todas las
grandes organizaciones se producen siempre resquicios de este tipo, es
inevitable. Todos sabemos que la información es un elemento sensible y le
adjudicamos un valor monetario altísimo; y sin embargo, acumulamos información
y más información sensible en nuestros archivos, bajo la presunción falsa de
que los archivos son inviolables.
»Sencillamente no tenemos
en cuenta los imponderables, el factor humano, los móviles eternos de la venganza o el lucro. Lo
que se quiere ocultar siempre acaba por salir a la luz, considere este
enunciado como un corolario de la ley de Murphy. Los jeroglíficos de las tumbas
egipcias, las tablillas de las bibliotecas babilónicas, los pergaminos
pompeyanos chamuscados por la lava del Vesubio, han subsistido hasta llegar a nosotros,
y los hemos descifrado. Se supone que la información es un coto reservado, pero
quienes no tienen acceso a esa reserva acaban tarde o temprano por enterarse
del pastel. Unas veces los Assange y los Wikileaks asaltan la fortaleza. Ahí
tiene usted también los papeles de Panamá, aún siguen esforzándose unos por
descifrarlos, y otros por taponar su acceso al público. Vivimos en un mundo de agentes dobles, todo
el tinglado del capitalismo financiero se basa en el double cross, en la utilización cruzada y desleal de información
privilegiada.
»He dicho “desleal”,
pero ¿qué es hoy la lealtad, Roderick? En el mejor de los casos, algo sujeto a
la conveniencia propia, algo sensible a la ley de la oferta y la demanda, a la
aparición de un mejor postor. El caso de Fernández no es más que un subproducto
marginal de este estado de cosas general.
– Comprendo – digo.
Bebo un trago de cerveza, y constato que está tibia.