viernes, 24 de junio de 2016

EL BREXIT MAÑANITA DE SAN JUAN


Sorpresa la que tuvimos mañanita de San Juan. Nos sucedió como al conde Arnaldos cuando «con un falcón en la mano, la caza iba a cazar.» Él vio acercarse a tierra una galera maravillosa, con las velas de seda y la jarcia de cendal. El marinero que la mandaba «diciendo viene un cantar que la mar facía en calma, los vientos hace amainar.» Los peces asomaban en el agua y las aves se posaban en el mástil para oírle. El conde, «¡quién hubiese tal ventura sobre las aguas del mar!», pidió al marinero que le enseñara la canción, y esta es la respuesta que recibió: «Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va.»
La noticia del triunfo del Brexit no ha tenido ninguna connotación maravillosa, ni es previsible que extienda la calma y la armonía sobre el mar proceloso de los mercados de divisas; de momento la Bolsa de Madrid sufre un inmenso batacazo del 12%. Pero sí cabe rastrear algún parecido entre la situación que nos acosa en tiempo real y en carne viva, y la historia que cuenta el viejo romance: la novedad se ha presentado de forma inesperada, viene de fuera y nos urge a embarcar, a dejar el arrimo engañoso de la tierra firme y escuchar una canción inédita y accesible solo «a quien conmigo va».
El No a Europa de la Gran Bretaña ha sido ambivalente: un triunfo de la derecha recalcitrante, y una derrota de la derecha establecida; un revés para las posiciones de las izquierdas, pero también una oportunidad nueva con un nuevo discurso de izquierda. El Brexit empodera a las personas frente a los estamentos burocráticos que monopolizaban el poder de decisión. La burocracia más descarada y solipsista se había encaramado a las almenas del alcázar europeo, pendiente de los algoritmos y olvidada de las personas, cicatera con los déficits, puntillosa con las multas, desentendida de la rebaja sustancial del nivel de vida y del cercenamiento de las expectativas de bienestar de cientos de millones de personas. El Brexit también ha sido un gran grito de protesta con el que vencer la sordera pertinaz de las instituciones.
No ha sido mérito del aprendiz de brujo David Cameron convocar el referéndum que en definitiva lo ha enterrado como político; él jugó una carta populista, la de reforzar su propia posición ante la jerarquía comunitaria a partir de la suposición de que contaba con una opinión pública maleable y asustadiza, a la que podría conducir sin problemas al redil del TINA (There Is No Alternative,  no hay alternativa), consiguiendo de paso algún privilegio extra. Mañanita de San Juan se ha encontrado, escrita con letras rojas en el muro blanco de la sala del festín, una respuesta a contrapelo.
En la galera, nada maravillosa, del Brexit es forzoso embarcar ahora. Europa es ya otra cosa esta mañana; nos han cambiado los puntos cardinales, y va a ser necesario delimitar otros nuevos, más válidos, para trazar un rumbo incógnito. Las circunstancias no llaman a enterrar Europa, sino a refundarla a partir de nuevas bases. Ahora bien, si no lo conseguimos entre todos, Europa volverá a ser un mapa abigarrado de colorines diferenciados. Adiós a un espacio común y a una moneda común; a Schengen y la libertad de circulación; a los fondos solidarios y de compensación; a las políticas sociales compartidas que reclamábamos desde la izquierda, porque las necesitamos. A la Unión en tanto que instrumento posible de progreso comunitario, se la llevará por delante el viento de la historia.
No hay nada tan sólido como para subsistir sin una razón de ser interna que le dé coherencia. Todos los imperios han ido desapareciendo de la faz de la tierra, no se olvide. Sucedió con el británico, hace un siglo; también con el soviético, hace apenas veinticinco años.