Sorpresa la que
tuvimos mañanita de San Juan. Nos sucedió como al conde Arnaldos cuando «con un
falcón en la mano, la caza iba a cazar.» Él vio acercarse a tierra una galera
maravillosa, con las velas de seda y la jarcia de cendal. El marinero que la
mandaba «diciendo viene un cantar que la mar facía en calma, los vientos hace
amainar.» Los peces asomaban en el agua y las aves se posaban en el mástil para
oírle. El conde, «¡quién hubiese tal ventura sobre las aguas del mar!», pidió
al marinero que le enseñara la canción, y esta es la respuesta que recibió: «Yo
no digo esta canción sino a quien conmigo va.»
La noticia del
triunfo del Brexit no ha tenido ninguna connotación maravillosa, ni es
previsible que extienda la calma y la armonía sobre el mar proceloso de los
mercados de divisas; de momento la Bolsa de Madrid sufre un inmenso batacazo
del 12%. Pero sí cabe rastrear algún parecido entre la situación que nos acosa en
tiempo real y en carne viva, y la historia que cuenta el viejo romance: la novedad se ha presentado
de forma inesperada, viene de fuera y nos urge a embarcar, a dejar el arrimo engañoso
de la tierra firme y escuchar una canción inédita y accesible solo «a quien conmigo
va».
El No a Europa de
la Gran Bretaña ha sido ambivalente: un triunfo de la derecha recalcitrante, y
una derrota de la derecha establecida; un revés para las posiciones de las izquierdas,
pero también una oportunidad nueva con un nuevo discurso de izquierda. El Brexit empodera a
las personas frente a los estamentos burocráticos que monopolizaban el poder de
decisión. La burocracia más descarada y solipsista se había encaramado a las
almenas del alcázar europeo, pendiente de los algoritmos y olvidada de las
personas, cicatera con los déficits, puntillosa con las multas, desentendida de
la rebaja sustancial del nivel de vida y del cercenamiento de las expectativas
de bienestar de cientos de millones de personas. El Brexit también ha sido un
gran grito de protesta con el que vencer la sordera pertinaz de las
instituciones.
No ha sido mérito
del aprendiz de brujo David Cameron convocar el referéndum que en definitiva lo
ha enterrado como político; él jugó una carta populista, la de reforzar su
propia posición ante la jerarquía comunitaria a partir de la suposición de que
contaba con una opinión pública maleable y asustadiza, a la que podría conducir
sin problemas al redil del TINA (There Is
No Alternative, no hay alternativa),
consiguiendo de paso algún privilegio extra. Mañanita de San Juan se ha
encontrado, escrita con letras rojas en el muro blanco de la sala del festín, una
respuesta a contrapelo.
En la galera, nada
maravillosa, del Brexit es forzoso embarcar ahora. Europa es ya otra cosa esta
mañana; nos han cambiado los puntos cardinales, y va a ser necesario delimitar
otros nuevos, más válidos, para trazar un rumbo incógnito. Las circunstancias
no llaman a enterrar Europa, sino a refundarla a partir de nuevas bases. Ahora
bien, si no lo conseguimos entre todos, Europa volverá a ser un mapa abigarrado
de colorines diferenciados. Adiós a un espacio común y a una moneda común; a
Schengen y la libertad de circulación; a los fondos solidarios y de
compensación; a las políticas sociales compartidas que reclamábamos desde la
izquierda, porque las necesitamos. A la Unión en tanto que instrumento posible
de progreso comunitario, se la llevará por delante el viento de la historia.
No hay nada tan
sólido como para subsistir sin una razón de ser interna que le dé coherencia.
Todos los imperios han ido desapareciendo de la faz de la tierra, no se olvide.
Sucedió con el británico, hace un siglo; también con el soviético, hace apenas
veinticinco años.