La lectura de los
resultados de las segundas elecciones que voy viendo en los medios más acreditados
resalta en primer lugar el fracaso de Unidos Podemos, que ha quedado lejos de culminar
las expectativas de un sorpasso anunciado. Después se señala que el PSOE no ha
quedado tan mal después de todo: no está en condiciones de formar gobierno,
pero conserva la hegemonía en la izquierda y queda bien situado para jugar su
baza en un escenario de pactos.
Con la sinceridad a
que me obligan los siempre exigentes lectores de este blog, debo responder a
tales argumentos con la siguiente enmienda a la totalidad. En relación con el
primer argumento, Pero Grullo y yo hacemos constar que, mientras la forma de
tener éxito en unas elecciones suele ser única y unívoca, las formas de fracasar son múltiples y
heterogéneas. Cabe considerar un fracaso el resultado de Unidos Podemos, porque
no ha avanzado desde diciembre, ha perdido un millón de votos (que se dice
pronto) en el camino, y no ha despejado las dudas razonables acerca de su
programa y su política de alianzas, temas en los cuales los asesores mediáticos
han preferido mantener un suspense logradísimo, a base de decir hoy una cosa,
mañana la contraria, y pasado mañana poner en duda las dos.
Pero decir que el
PSOE se sostiene, es manifestarse en contra de las leyes empíricas de la
gravedad. Decir que, si bien es cierto que no puede aspirar a presidir el
gobierno, en cambio sí mantiene la hegemonía en la izquierda, es utilizar tanto
el nombre de la hegemonía como el de la izquierda en vano. A nadie se le ocurre
decir que nuestra selección de fútbol ha perdido la Eurocup en octavos, sí,
pero mantiene su hegemonía sobre la selección turca. A nadie se le ocurre
consolarse de no almorzar un rosbif con patatas y puré de guisantes de Pineda
de Marx argumentando que las tristes pollas en vinagre viudas que tiene en el
plato son asimismo un manjar sabroso y alimenticio donde los haya.
Si las elecciones
hubieran sido convocadas para determinar qué opción era la preferida por el electorado
entre las diversas que se reclaman de la izquierda, la cosa tendría algún
sentido. Pero las elecciones se convocan para gobernar. Esa es la cruda
realidad, y al término de la jornada los votos de más o de menos que tengan
entre ellas las opciones perdedoras son, para decirlo en términos
calderonianos, lástima vana durmiendo en brazos de la noche fría.
En cuanto a la
capacidad del PSOE para maniobrar en el nuevo parlamento en un sentido u otro
para favorecer la gobernabilidad, lo cierto es que no tiene más que dos
opciones: pactar una gran coalición con el PP, dejando a Unidos Podemos el
goloso papel de capitanear la oposición, o bien abstenerse y dejar que el PP, tal
vez con C’s, gobierne en minoría. En esa situación, incómoda si las hay, podrá
verse de qué sirve mantener la “hegemonía” (sic) en la izquierda, si no es para
remar juntos en la misma dirección para evitar que la barca zozobre del todo.
La tercera opción
en manos del PSOE es votar consistentemente No con la idea de forzar unas
terceras elecciones. Pero en este blog no tengo por costumbre hablar de
fantasías eróticas ni de delirios húmedos. El sobrio principio al que respondo
por lo general es el de que cada palo debe aguantar su vela. Y a quien dios se
la dé, Sampedro se la bendiga. Supuesto que el maestro armero tenga por apellido
el de Sampedro.