miércoles, 22 de junio de 2016

EL ATROPELLO DE LA FUNCIÓN PÚBLICA


Lo más grave de lo sucedido con Jorge Fernández Díaz, el aún ministro del Interior español, es que todos lo sabíamos ya antes de saberlo. Ahora tenemos las pruebas, la grabación; pero los hechos en su sustancia eran del dominio público desde hace ya mucho tiempo. Nadie dudaba de que el piadoso Fernández, además de considerar a la Virgen del Amor Hermoso como propiedad particular de los cuerpos de seguridad, estaba obrando en el ejercicio de sus funciones como en realidad se ha acabado probando que obraba. Con la desfachatez de quien no tiene que dar cuenta a nadie de sus actos, salvo tal vez a uno. A ese uno que a toro pasado asegura no tener la más mínima noción del asunto, recurso infalible ante una justicia propicia y una opinión pública que importa al poder menos que una higa.
No es Fernández el primer alto funcionario que se fabrica un sayo con la capa de las prerrogativas estatales. La cosa pudo comenzar con don Luis XIV de Francia, que dejó a la posteridad la afirmación de que «El Estado soy yo», que es lo mismo que decir que el Estado es lo que a mí me da la gana. Pero luego vinieron tropecientas mil revoluciones, y el desplante del monarca absoluto parecía enmendado para siempre. El Estado era el depositario de la soberanía popular, y los custodios de las esencias tenían quien los custodiase a su vez dentro de un complejo juego de equilibrios concebido para que las sociedades humanas avanzaran sin trabas por la amplia avenida de la libertad.
Ahora van llegando las malas noticias: la ley ya no es el recipiente de la libertad sino de la mordaza, el Estado ha dejado de ser público para funcionar al servicio de intereses privados inconfesables, y los servidores del Estado han invertido los términos y, únicos amos, han convertido al Estado en su servidor.
En España, por lo menos. En cualquier otro país europeo, Fernández habría dimitido ya por vergüenza, o bien habría sido cesado por su presidente antes de pasar por el bochorno de un proceso político en el parlamento. Nadie cree que aquí vaya a pasar nada parecido. Algunos comentaristas especulan con que el escándalo dará un punto extra en las expectativas de voto al Partido Popular.
No es probable, pero tampoco del todo imposible.