En El origen de la familia…, el viejo
Engels (contaba 64 años a la publicación del libro) señalaba cómo el Estado,
que surge de la sociedad, se distancia progresivamente de ella, guiado por una
lógica propia, distinta de los conflictos de intereses que le han dado partida
de nacimiento. Esta es la cita precisa: «A
fin de que las clases con intereses económicos opuestos no se desgasten a sí
mismas ni a la sociedad en estéril lucha, se ha hecho necesario un poder que se
sitúe en apariencia por encima de la sociedad, que domine el conflicto y lo
mantenga dentro de los límites del “orden”. Ese poder, que surge de la
sociedad, pero que se sitúa por encima de ella y se vuelve cada vez más ajeno a
ella, es el Estado.»
El combustible que
utiliza el Estado para propulsarse por encima de los conflictos de la sociedad
de la que ha surgido es la segregación de una clase nueva y diferenciada: la
burocracia. La burocracia adopta una “visión de Estado”, neutral aunque casi
nunca imparcial, de la que carecen tanto los propietarios como los asalariados,
enredados entre ellos en un conflicto económico y social. En sus diferentes
modalidades (burocracia militar, judicial, eclesiástica, administrativa),
impone un orden, una finalidad común y un sentido “político” a las distintas
partes que componen la sociedad y que, por el hecho de serlo, tienen visiones
parciales adaptadas al colectivo al que pertenecen.
El crecimiento de
las burocracias dentro del Estado ha sido imparable, tanto en el contexto
capitalista como en el postcapitalista. Isaac Deutscher analizó algunas de las constantes
que rigen ese crecimiento hipertrófico de la burocracia en los Estados modernos,
y sus causas últimas, en una serie de conferencias impartidas en 1960 en la
London School of Economics y reunidas luego en forma de libro bajo el título Roots of Bureaucracy (edición española, “Las
raíces de la burocracia”, Cuadernos Anagrama 1970, traducción de José Cano Tembleque).
La siguiente es una de las constantes históricas que señala: «El poder político de la burocracia bajo el
capitalismo ha estado siempre en proporción inversa a la madurez, el vigor y la
capacidad para la autonomía de los estratos que constituyen una sociedad
burguesa dada. Por otra parte, cuando en las sociedades burguesas altamente
desarrolladas las luchas sociales han llegado a una especie de callejón sin
salida, cuando las clases contendientes han cejado como si se sintiesen
postradas tras una serie de luchas sociales y políticas agotadoras, la jefatura
política pasa entonces casi automáticamente a manos de una burocracia.» (pág.
27).
Se habla de una “solución
Monti” para España en el impasse en el que se encuentra la formación de
gobierno después de unas segundas elecciones sin mayorías decisivas. Se busca a
alguien parecido a Mario Monti, el comisario europeo que sucedió a Berlusconi
como jefe del gobierno italiano en 2011. Una personalidad consensuable, apaciguadora,
bien relacionada con las instituciones europeas, que presida un gabinete “técnico”
encaminado a mejorar la gestión económica y fiscal, reducir la deuda pública y
ofrecer algún tipo de asidero a una sociedad a la deriva.
Rivera y Sánchez (o
quien dicte a Sánchez las reglas del juego) son proclives a encontrar una
solución de ese tipo; Iglesias no tiene fuerza suficiente para oponerse a ella,
y el personalismo de Rajoy y los encontronazos repetidos con sus posibles
aliados dificultan su reelección. Se habló en su día de una “operación Menina” en
el interior del PP, pero Soraya ni está bien posicionada en su casa ni
ofrecería ya un consenso amplio fuera de ella.
Se encontrará, sin
embargo, tarde o temprano un Monti capaz de ofrecer al país las garantías
mínimas exigibles. Y entonces, «por falta de madurez, de vigor y de capacidad
para la autonomía de los estratos que constituyen la sociedad», se habrá dado
una solución burocrática a un conflicto político.
Esta fase no durará
para siempre, sin embargo. Los jóvenes tienen el futuro por delante, los viejos
a la espalda. Las elecciones del 26J han sido tal vez el canto del cisne de un
ciclo político ya clausurado, pero que se resiste con uñas y dientes a pasar
página.