Las crecidas del
Sena a su paso por París, las mayores desde la inundación histórica del año
1910, están poniendo en peligro los tesoros artísticos almacenados en los
subterráneos del Louvre y en el museo del Quai d’Orsay, por lo que se ha
activado un plan de evacuación. Leo la noticia en elpais.com, acompañada por
una fotografía en la que algunas personas contemplan “una estatua” desde la
pasarela del pont de l’Alma.
La estatua tiene
nombre: es el zuavo tallado por Georges Diebolt para conmemorar la batalla de l’Alma,
en Crimea (1854), en la que el tercer regimiento de zuavos se distinguió
tomando los cañones del enemigo, en el caso concreto el ejército ruso. La
estatua tiene más de cinco metros de altura y un peso de ocho toneladas, y por
su emplazamiento en uno de los pilares del puente es popular entre los
parisinos como unidad de medida del nivel del Sena. Algo parecido al vuelo del
grajo utilizado en nuestras ruralías como termómetro. Cuando el zuavo tiene los
pies metidos en el agua, es que el río va crecido.
Ahora el agua le llega
a la parte alta de los muslos; en 1910 alcanzó el nivel de los hombros, aunque
entonces la estatua estaba colocada en un nivel algo más bajo, y acompañada por
tres camaradas de milicia: un infante, un artillero y un granadero, que al
remodelarse el puente en 1970 fueron trasladados a otros lugares.
Serge Reggiani dio
voz y personalidad a la estatua en una canción titulada precisamente Le zouave du pont de l’Alma. El zuavo
afirma llamarse Octave y declara su fastidio, él que tanto ha disfrutado
haciendo correr la sangre, de pasar el tiempo viendo pasar el agua: «Que j'ai de la peine / toute la
semaine / moi qui aimait tant / voir couler l'sang / de voir couler la Seine!»
Georges Brassens fue más
cariñoso con el metrónomo de las crecidas del Sena. En Les ricochets, un homenaje a los puentes de París, utiliza el
diminutivo zouzou para llamar al
zuavo, y cuenta cómo él, abrumado por la traición de una de sus por otra parte
numerosas amadas, estuvo a punto de arrojarse al río desde lo alto del puente,
pero renunció porque el agua era imbebestible : «Et si pont de l’Alma / j’ai pas noyé ma / détresse ineffable / c’est
que l’eau coulant sous / les pieds du zouzou / était imbuvable.» Muy
distinto habría sido el caso de haber corrido vino bajo los puentes, si hemos
de creer otra de sus canciones : «Que
vienne le temps / du vin coulant dans / la Seine. / Los gens par milliers /
courront y noyer / leur peine» (Que llegue el día en que fluya el vino por
el Sena. Las gentes acudirán allí por millares para ahogar su pena.)