El título La partida de los músicos, de una novela
Per Olov Enquist (Nórdica 2016, traducción de Marina Torres y Francisco J.
Uriz), hace referencia a un cuento popular. Se reúnen en la ciudad de Bremen un
asno, un perro, un gato y un gallo que tienen en común la muerte inminente a que
les han condenado sus amos, por ser viejos e inútiles; y con el argumento de que
“siempre cabe la posibilidad de encontrar algo mejor que la muerte”, escapan a
su destino montando un proyecto de concierto público con el que recabar fondos
para poder subsistir.
En Västerbotten, región
del norte de Suecia junto al golfo de Botnia, el cultivo de una tierra ingrata y
el trabajo en los aserraderos de la Compañía apenas dan de sí lo suficiente
para la subsistencia de sus habitantes. Los pastores protestantes y los
administradores de los aserraderos controlan sin problema las conciencias
profundamente religiosas y conformistas de su grey. Cuando llega al puerto de Burea,
en el verano de 1903, un agitador enviado por la central sindical LO, es
tratado de forma severa aunque civilizada; es decir, es perseguido a campo través por un piquete compuesto por policías, perros y también, ay, obreros
indignados; y una vez capturado y golpeado con vigor pero cuidando de no
romperle ningún hueso ni inutilizarlo de forma permanente, es atado a un árbol
y allí pasa la noche hasta que, con la primera luz del día siguiente, se mandata a un chico para aflojar
las cuerdas lo bastante para que el intruso pueda liberarse por sí mismo y regresar al
puerto, donde un vapor lo trasladará a cualquier otro lugar, a ser posible
lejano.
Pero las cosas del
aserradero van de mal a peor, y unos años después la Compañía decide bajar las
tarifas y pagar los 100 tablones serrados a 32,5 céntimos en lugar de los 37 anteriores.
Se forma entonces una Asociación Obrera “indiependiente” para negociar con la
empresa. La Asociación busca desde el primer momento marcar distancias con la
brutalidad reivindicativa de la gran central sindical: su primera resolución es
comprar biblias para regalarlas a los hijos de los obreros que acaban ese año
la escuela; y con la intención de mostrar su buena voluntad negociadora y su
espíritu servicial, hace que sus afiliados se rasquen solidariamente el
bolsillo para regalar al presidente de la Compañía un jarrón de cristal de
11,95 coronas. Como a pesar de todo los patronos no ceden, se convoca a un
mediador que viene de Estocolmo, asiste sin abrir la boca a una reunión, y
comunica por teléfono desde el hotel su llamada sincera a las partes para llegar
a acuerdos constructivos y beneficiosos para todos.
La Compañía
mantiene su postura y la Asociación “indiependiente” se disuelve haciendo
constar en el acta final la duda de si todo lo hecho ha servido para algo. Todo parece
haber acabado, y sin embargo es entonces cuando todo comienza. Los obreros de Burea se
han visto obligados a buscar de una u otra forma una alternativa: cualquier solución
será “mejor que la muerte”.
Les recomiendo el
libro; es una gran novela. Fue escrita en 1978 por un hombre considerado por
algunos “el mayor autor sueco vivo”. A pesar de lo cual nunca ha sido considerado
merecedor del Nobel, un premio que otorga la Academia sueca. Por lo que se
refiere a esta novela en concreto, ha tardado treinta y seis años en ser
traducida a nuestro idioma. No hay casualidades. Francisco J. Uriz explica en
el prólogo algunas vicisitudes relacionadas con el asunto. Una posible
conclusión sería que las distintas Compañías y las distintas iglesias siguen
velando con celo por la salud espiritual del obrero.