Dedicado a Luis Perdiguero, que
sabe de qué hablo
El paradigma de la
producción ha cambiado para todos, no solo para los sindicatos. Ya no estamos en el tiempo del fordismo, la
hegemonía de la socialdemocracia se ha disipado como el humo después de la
batalla, y es palabrería vana invocar la fuerza de las “masas”, de los “partidos
de masas”, como medio para reconstruir una iniciativa real de las izquierdas
plurales. Porque las masas estaban antes agrupadas y encuadradas en fábricas
que la piqueta del progreso ha reducido a escombros, y hoy aparecen fragmentadas
en unidades aisladas e inermes tanto frente al estado recaudador, que sigue
exigiendo su libra de carne igual que en las épocas de prosperidad compartida,
como frente a las sacudidas sísmicas de los mercados financieros.
La llegada de Donald
Trump a la Casa Blanca es especialmente significativa porque se produce en el centro
mismo del imperio de los mercados. El fenómeno Trump responde a un malestar
intrínseco a la misma superpotencia que imprime la dinámica actual de los
intercambios en el mundo globalizado y que ostenta el cetro imperial
indiscutido. Lo que asusta no es que vayamos a ser gobernados en adelante de
modo distinto, sino que es el modo preciso como éramos gobernados lo que ha
llevado a esto.
Entonces, disquisiciones
aparentemente tan sesudas como la condena de los populismos así de derecha como
de izquierda, o como la reivindicación del socialismo y de la socialdemocracia en
tanto que modelos que fueron capaces de aglutinar voluntades y generar
resultados positivos en Europa en otra fase histórica (repito: “en otra fase
histórica”), resultan vacías mientras no incluyan una autocrítica seria desde
la izquierda. Qué culpa hemos tenido las izquierdas en la situación a la que
hemos llegado juntos y revueltos los izquierdos y los derechos. Qué podemos
hacer para remediar la desestructuración profunda del actual modelo de
producción y de convivencia. Y todo ello, desde una premisa concreta que no se
quiere asumir: la de que lo que funcionó antes en unas condiciones dadas, no
funciona ya porque las condiciones no son las mismas. Las viejas recetas no
tienen cabida en las nuevas dimensiones de lo real.
El estupor que se
está exhibiendo ante lo mal que han votado los americanos, es peor que
hipócrita. En España hemos votado igual de mal. En Cataluña, ídem de lienzo,
fiados además en que la independencia nos iba a llevar al regazo de
instituciones europeas y mundiales más sólidas y fiables que las que emanan de
Madrid. Pura imaginería virtual. Puros placebos para no enfrentarnos a
enfermedades de una gravedad extrema que insistimos en no querer reconocer,
pero que pueden acabar con el mundo viejo y entrañable – además de grande y
terrible – en el que hemos vivido todos.
Una política de
izquierda no se puede construir sobre medias verdades, ni sobre ensueños de
tiempos pasados más felices, ni sobre principios y valores que ya han periclitado.
No es solo ni principalmente el sindicato; hay muchas más cosas que es forzoso “repensar”.
Repensarlas a calzón quitado, partiendo de cero en cada una de las premisas.
Y a propósito de
partir de cero: Delenda est Mariano.