miércoles, 16 de noviembre de 2016

EL TRUMPISMO Y LA IZQUIERDA


Dedicado a Luis Perdiguero, que sabe de qué hablo

El paradigma de la producción ha cambiado para todos, no solo para los sindicatos. Ya no estamos en el tiempo del fordismo, la hegemonía de la socialdemocracia se ha disipado como el humo después de la batalla, y es palabrería vana invocar la fuerza de las “masas”, de los “partidos de masas”, como medio para reconstruir una iniciativa real de las izquierdas plurales. Porque las masas estaban antes agrupadas y encuadradas en fábricas que la piqueta del progreso ha reducido a escombros, y hoy aparecen fragmentadas en unidades aisladas e inermes tanto frente al estado recaudador, que sigue exigiendo su libra de carne igual que en las épocas de prosperidad compartida, como frente a las sacudidas sísmicas de los mercados financieros.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca es especialmente significativa porque se produce en el centro mismo del imperio de los mercados. El fenómeno Trump responde a un malestar intrínseco a la misma superpotencia que imprime la dinámica actual de los intercambios en el mundo globalizado y que ostenta el cetro imperial indiscutido. Lo que asusta no es que vayamos a ser gobernados en adelante de modo distinto, sino que es el modo preciso como éramos gobernados lo que ha llevado a esto.
Entonces, disquisiciones aparentemente tan sesudas como la condena de los populismos así de derecha como de izquierda, o como la reivindicación del socialismo y de la socialdemocracia en tanto que modelos que fueron capaces de aglutinar voluntades y generar resultados positivos en Europa en otra fase histórica (repito: “en otra fase histórica”), resultan vacías mientras no incluyan una autocrítica seria desde la izquierda. Qué culpa hemos tenido las izquierdas en la situación a la que hemos llegado juntos y revueltos los izquierdos y los derechos. Qué podemos hacer para remediar la desestructuración profunda del actual modelo de producción y de convivencia. Y todo ello, desde una premisa concreta que no se quiere asumir: la de que lo que funcionó antes en unas condiciones dadas, no funciona ya porque las condiciones no son las mismas. Las viejas recetas no tienen cabida en las nuevas dimensiones de lo real.
El estupor que se está exhibiendo ante lo mal que han votado los americanos, es peor que hipócrita. En España hemos votado igual de mal. En Cataluña, ídem de lienzo, fiados además en que la independencia nos iba a llevar al regazo de instituciones europeas y mundiales más sólidas y fiables que las que emanan de Madrid. Pura imaginería virtual. Puros placebos para no enfrentarnos a enfermedades de una gravedad extrema que insistimos en no querer reconocer, pero que pueden acabar con el mundo viejo y entrañable – además de grande y terrible – en el que hemos vivido todos.
Una política de izquierda no se puede construir sobre medias verdades, ni sobre ensueños de tiempos pasados más felices, ni sobre principios y valores que ya han periclitado. No es solo ni principalmente el sindicato; hay muchas más cosas que es forzoso “repensar”. Repensarlas a calzón quitado, partiendo de cero en cada una de las premisas.
Y a propósito de partir de cero: Delenda est Mariano.