El breve paso de
los dirigentes de los sindicatos mayoritarios por Moncloa nos ha dejado una
perla cultivada de la ministra Báñez. Ha dicho que nadie en España cobra un
salario por debajo del salario mínimo interprofesional, “porque eso sería
ilegal”. Según ella, por consiguiente, basta con publicar una ley en el BOE
para que se cumpla de forma automática. Para nada son precisas, por ejemplo,
las inspecciones de trabajo.
Ignacio Fernández
Toxo ha comentado que el gobierno vive “en una realidad paralela”. Es una forma
bondadosa de expresarlo. En la cómoda realidad paralela en la que el gobierno
se viene arrellanando, la corrupción no existe porque no es legal, y la finada
Rita Barberá fue una persona generosa y altruista que se desvivió por España y
murió despedazada por las hienas. La pobreza energética tampoco existe, por la
misma razón; y quienes se empeñen en morir de frío y de desnutrición en este
país de las maravillas pueden encontrarse con una sentencia en contra muy dura
del Tribunal Constitucional.
Volvamos al
principio. Los sindicatos acudieron a Moncloa en busca de diálogo social para
afrontar unas urgencias que para el gobierno no existen, porque el gobierno no
se reconoce en esa realidad. El Delenda está dispuesto a charlar con ellos de
cualquier tema, siempre que no se toquen dos cosas: una, el dinero de los
presupuestos, comprometido ya con las troikas al cien por cien más 5.500
millones de deuda (ampliables) que habrán de ser enjugados; la otra, la reforma
laboral puesta en marcha por el propio gobierno y que tan prometedores
resultados está teniendo.
Es decir, siempre
que no se toquen los dos asuntos que precisamente quieren tocar los sindicatos.
Mi modestia acrisolada
me impide colgarme medallas, y con mayor motivo medallas que pueden colgarse
unos cuarenta millones de españoles; pero esto yo ya lo había escrito en un
post titulado “Hacia un diálogo de sordos”. El párrafo concreto, disculpen la
repetición, es el siguiente:
Ahora mismo los sindicatos CCOO y UGT se están
dirigiendo al gobierno con un listado no muy largo pero sí jugoso de
reivindicaciones pendientes. Piden un alza salarial después de años de pérdida
del poder adquisitivo, pero también una renta mínima de inserción, un impulso a
la negociación colectiva y a la concertación, más derechos para los
trabajadores, y la vuelta atrás de las reformas laborales. La respuesta que les
dará el gobierno es totalmente previsible desde ahora: «Estamos abiertos al
diálogo pero no nos moveremos un ápice de nuestra posición, que es la única
sensata.» Están abiertos al diálogo de sordos, entonces.
¿Cuál es el objetivo del Delenda, así pues, en relación con el diálogo
social? ¿Marcar paquete, simplemente? Los dos sindicatos han propuesto en
consecuencia una jornada de movilización el próximo 15D delante de las
delegaciones del gobierno de todas las comunidades autónomas, y una gran
manifestación central en Madrid el 18D.
La importancia del asunto salta a la vista. Otra cuestión me intriga, a saber si las
formaciones políticas que se reclaman de la izquierda apoyan con talante y sin
fisuras la iniciativa de los sindicatos, o bien si cada cual intenta recabar
protagonismo en esta cuestión y pretende imponer sus recetas particulares sin
sumarse, o sumándose a regañadientes, al impulso común. Dicho de otra forma, si
el sindicalismo unitario va a comparecer en escena en esta crisis como sujeto
político per se aunque también sui generis, puesto que no aspira a
gobernar sino a que se gobierne en favor de los sectores más desfavorecidos de
la sociedad. O si por el contrario, los cuarteles generales de los partidos van
a seguir empeñados en considerar a los sindicatos como mero instrumento auxiliar,
útil en unas ocasiones y en otras engorroso.