viernes, 25 de noviembre de 2016

LO NORMAL


El Roto abre el fuego, el día contra la violencia de género. En su viñeta de elpais, un varón iracundo exclama: «Dar palizas es una tradición local. ¡Respeten nuestras costumbres!»
Cierto. Los toros a media tarde, el rosario de las tabernas de anochecida por no hacer el feo a ningún establecimiento, y la paliza a la santa de vuelta al hogar, están en lo más profundo (en todos los sentidos del término) de nuestro ADN.
La paliza es en buen número de casos un tratamiento preventivo y cautelar. De muy joven leí un cuentecillo de Steinbeck en el que un inmigrante desoye los consejos paternos, “Pega a tu mujer todas las noches, si tú no sabes por qué, ella sí lo sabe.” La mujer, inmigrante también en California, le hace toda clase de trastadas, hasta que el hombre, inclinándose ante la superior sabiduría de los ancestros balcánicos, procede todas las noches a los correazos de rigor, y desde entonces todo va como una seda en el hogar. Algo parecido le ocurre al “hombre tranquilo” de John Ford, donde Maureen O’Hara solo aquieta sus ímpetus belicosos contra John Wayne cuando puede lucir unos cuantos verdugones en la piel. Son monumentos al machismo en su vertiente calificable de “estancamiento secular”; reliquias de una forma tradicional de moverse el mundo. No es tanto el money, que también, como la violencia de género, lo que makes the world go round, según la filosofía de cabaret. «¿Su marido la pega?», preguntaba el facultativo de urgencias a la señora que “se había golpeado con una puerta”; y ella contestaba: «Lo normal.»
Pero no es normal, y las numerosísimas víctimas de género no son “bajas colaterales por fuego amigo”. Las relaciones hombre-mujer pueden degenerar en un infierno compartido por los dos, pero ese desenlace no es obligatorio, no obedece a una pauta universal. Tampoco es cierto que todas las parejas sean felices y coman perdices. Cada cual se construye día a día su destino en este mundo, y mi experiencia me dice que es preferible intentarlo en compañía, que en soledad.
Pero no desde posiciones desiguales; no desde un rol dominante y otro sometido. Para ese tipo de viaje no hacen falta alforjas, y siempre habrá mujeres sensibles que, en atención a normas prácticas de confortabilidad y no estrictamente por obediencia a la ley del deseo, considerarán más apetecible una compañía homo que hétero. Lo cual me trae el recuerdo de una película antigua de Woody Allen en la que su ex esposa, después de dejarlo por una mujer, escribía un libro contando su experiencia, y él especulaba con la posibilidad de comprar toda la edición antes de que se distribuyera a las librerías, y prenderle fuego. Sin saber qué había escrito exactamente su mujer, solo por miedo culpable a lo que podía haber puesto.