domingo, 27 de noviembre de 2016

EN ESTAS SE FUE FIDEL


El fallecimiento de Fidel Castro, a los noventa años de edad y después de diez de haber abandonado el timón de la política de su país, es un acontecimiento de orden biológico, pero desde los medios se le da – con razón o sin ella, no entraré en esa polémica – un tratamiento particular, como si se tratara de un “signo”: el final de una anomalía geopolítica, el retorno al redil de aquella oveja descarriada que andaba buscando por trochas y veredas el evangélico Buen Pastor de la neo gobernanza alfanumérica.
En Miami se prolonga la conga de Jalisco, hay barra libre de alcoholes y se toca sin rebozo a degüello. Quienes votaron a Trump para acabar con Castro, claman ahora milagro porque Fidel, de pronto, ya no está, y Cuba aparece en el horizonte como una presa fácil predestinada a saciar todas las codicias. Hay un escalofrío de presentimiento: podría estar de vuelta la era añorada de los grandes negocios, la orgía del expolio.  
Sí, el liderazgo mundial de un personaje como Donald Trump, cuyas cualidades más pregonadas ofrecen un llamativo parecido con las del Capitán Garfio, puede allanar el camino a un retorno de situaciones de ese tipo; pero las cosas son bastante más complejas. Cierto que nos encontramos en un momento de reflujo generalizado hacia los santuarios tradicionales de la raza, la religión y la cruzada de exterminio contra toda clase de infieles. Pero esas viejas pulsiones presentan efectos colaterales contraproducentes de todo tipo; y además, su recorrido potencial se revela demasiado corto para ofrecer un sostén duradero a los pueblos y los gobiernos en trance de sobrevivir a las catástrofes naturales y financieras que nos amenazan en el siglo XXI debido al prolongado expolio, descerebrado e insostenible, tanto de la naturaleza como de porciones siempre más amplias de humanidad.
Lo diré con las palabras de Josep Fontana, en El futuro es un país extraño (Pasado & Presente, Barcelona 2013, p. 153):
«Quienes se benefician de esta situación, han podido endurecer las reglas de la explotación como consecuencia de que no ven en la actualidad un enemigo global que pueda oponérseles. […] Pero tal vez no han calculado que los grandes movimientos revolucionarios de la historia se han producido en general cuando nadie los esperaba, y con frecuencia, donde nadie los esperaba. […] La capacidad de tolerar el sufrimiento no es ilimitada y las asíntotas del poder capitalista pueden estar efectivamente llegando al límite. […] La tarea más necesaria a que debemos enfrentarnos es la de inventar un mundo nuevo que pueda ir reemplazando al actual, que tiene sus horas contadas.»