domingo, 13 de noviembre de 2016

¿QUE NO HABÍA ALTERNATIVA?


Los portavoces oficiosos del establishment establecido están dispuestos a reconocer que les han metido un gol, pero nada más. Todo sigue bajo control. Ese tal Trump es un intruso que se ha colado de rondón en la Casa Blanca, pero no pasa nada. La fortaleza de las instituciones, las realidades insoslayables de la política exterior, el pragmatismo de los mercados financieros, bla, bla, bla.
Algunos comentarios a toro pasado incluso tienen gracia. Clinton echa la culpa de su derrota al jefe del FBI, y un artículo en lavanguardia describe los “trucos” mediáticos mediante los cuales Trump “le robó la cartera” a Clinton. De tan poco fue, según ellos, que la virtud escarnecida no recibiera su premio, y el patoso Donald un correctivo ejemplar.
Me recuerdan a aquel que dijo (fue Pascal) que de haber sido más corta la nariz de Cleopatra, la faz del mundo habría cambiado. O esa otra tesis sobre las repercusiones mundiales del aleteo de una mariposa en la selva amazónica. Se sigue considerando que la victoria de Trump ha sido un sorpresón a contrapelo de todas las probabilidades razonables. Según la TINA (recuerden, There Is No Alternative) Clinton era la única ganadora posible. Lo hizo todo para ganar: fue modesta, encantadora, demostró que sabía cocinar galletas en el horno de su casa, se impuso de forma contundente en los debates televisados (en los que su oponente hizo un papel de estraza) y encabezó sin problemas los sondeos. Trump estaba dispuesto a recurrir por pucherazo en las votaciones y a alegar la injusticia manifiesta de la ley electoral. No le ha hecho falta. Se ha demostrado por pasiva que TINA no llevaba la razón: sí había alternativas.
Ahora dicen que Trump va a estar atado de pies y manos por la fuerza de la inercia de las instituciones, incluidos los mercados financieros y las leyes no escritas que rigen el comercio mundial. El oro de Fort Knox tampoco corre peligro, solo intentan robarlo los villanos de las películas de Bruce Willis. Pero ya Richard Nixon y George W. Bush, cada cual en su día, mostraron las catástrofes que pueden conjurarse desde la Sala Oval. La penúltima, la guerra de Iraq, todavía sigue recorriendo el mundo en forma de estampidas trágicas de refugiados, incontroladas e indeseadas por todos los establishments homologados.
Pongámoslo de esta forma: Trump puede provocar muchas muertes de inocentes, mucha injusticia y desigualdad añadida, mucho sufrimiento inútil, y no solo en su país (lo que habría sido una razón suficiente para no elegirlo) sino en el mundo entero. Si llega a suceder así, será en primer lugar responsabilidad del propio Trump, pero también de quienes han preferido no darse por enterados mientras él, que no era ningún desconocido pero consiguió no ser tomado nunca en serio, iba alzándose escalón a escalón, con sus bravatas y sus chuscadas de patio de colegio, desde las primarias del aparato electoral republicano hasta el martes de todos los martes. El partido del elefante renegó de él en la hora undécima; el complejo militar industrial recomendó a toda prisa el voto a Clinton cuando los nubarrones se espesaron; los demócratas cerraron filas en torno a su candidata, después de dejar en la cuneta de la gran carrera al “peligroso” Bernie Sanders, ¡un socialista! Inútil, porque todos ellos estaban defendiendo lo que el electorado rechazaba más aún que los alardes de mal gusto de Trump.
Mariano Rajoy le ha mandado un sentido telegrama de felicitación. Me preguntarán qué importancia tiene eso, pero es que yo soy de la escuela de Catón el Viejo, y tengo la intención de concluir todos mis discursetes en esta bitácora con un “Delenda est Mariano”.
O como se diga.