jueves, 10 de noviembre de 2016

LA BOTELLA MEDIO LLENA


«Malos tiempos para la lírica», me escribe la incomparable Olga Fuentes al tiempo de mandarme material nuevo para la revista Pasos. Cierto. ¿Pero cuándo ha tenido la lírica tiempos buenos desde que a Bécquer se le ocurrió lo de las oscuras golondrinas? Reviso los versos de Brecht: «En mí combaten / el entusiasmo por el manzano en flor / y el horror por los discursos del pintor de brocha gorda. / Pero sólo esto último / me impulsa a escribir.»
Bien. Donald Trump “no” es el pintor de brocha gorda, aunque la descripción le cuadra bastante. Aquellos “malos tiempos” en que Bertolt veía por la ventana el Sund no tienen punto de comparación con los nuestros. Pesimismo de la Inteligencia está ganando por goleada en el descanso de la eliminatoria, y haría falta un Pep Guardiola en el banquillo del equipo Optimismo de la Voluntad para conseguir equilibrar las opciones, sí, pero aún es posible enfocar la segunda parte con el espíritu de Juanito.
Qué digo de Juanito; con el espíritu de Ángel Rozas. En un acto público en el que fue presentado por Antonio Gutiérrez, entonces secretario general de CCOO, como un “perseguido por el franquismo”, Ángel (cuántas horas de torturas, cuántos años de cárcel sobre sus frágiles espaldas) se rebotó:
– Antonio, estás en un error. El franquismo no me persiguió, fui yo quien le persiguió a él. Yo, con otros muchos. Y no paramos hasta obligarle a hincar el pico.
Es imprescindible en la situación en la que estamos ver la botella medio llena, y no medio vacía. Uno de los elementos positivos que constato es la baja performance de los medios como conformadores de la opinión. La “persuasión amistosa” de los editorialistas funciona poco y mal; el vuelo gallináceo de los pronósticos de expertos y tertulianos va a estamparse una y otra vez con la realidad tozuda. Las campañas de descrédito contra los populismos producen un efecto contrario al pretendido: tanto Maduro como Trump ganarían con facilidad las elecciones españolas, de poder presentarse. Están rodeados para el votante ordinario del aura de infalibilidad que les proporciona el anatema furioso de los medios.
Y si Mariano Rajoy sobrevive a pesar de todo en el actual pantanal de arenas movedizas que es la política española, no es por el apoyo incondicional de la cadena de los obispos y de sus franquicias, sino a pesar de él. Rajoy tiene la ventaja de una doble personalidad: es un truhán y es un señor. Y lo que aman los votantes es, precisamente, su faceta de truhán.