«Mariano, en
Alemania diríamos que tienes piel de elefante.» Son palabras de Ángela Merkel a
Mariano Rajoy, ayer, en Berlín. Fueron dichas en tono de broma, pero nadie se
atreve a afirmar que la broma fuera cariñosa.
En España diríamos que
Merkel ha estado sembrá, pero que tal vez se ha quedado pelín corta en la
comparación. Es que no es la piel solo, Ángela, xD, es que hay bastantes más
atributos de elefante en la figura olímpica del Augusto. La trompa, por
ejemplo. Mariano tiene a cosa hecha una personalidad proboscídeamente
prominente. Y también la senda, esa senda de los elefantes que Mariano recorre
invariablemente a paso ligero todos los días para llegar a su bebedero
favorito, sin desviarse un milímetro, mientras mastica brotes verdes y arrasa
sin contemplaciones pero también sin saña, de forma mastodónticamente rutinaria,
cualquier obstáculo grande o pequeño que encuentra a su paso.
Ahora lo que se le
ha puesto delante es una votación contraria en el Congreso, sobre la paralización
de la LOMCE. Se había anunciado a bombo y platillo apertura y diálogo, incluso
un gran pacto nacional sobre la educación; pero a las primeras de cambio el nuevo
portavoz del gobierno y ministro de Educación, entre dos chascarrillos para
demostrar su carácter bonachón, ha advertido de que el Parlamento no tiene
capacidad para modificar decisiones del ejecutivo en el caso de que tal cosa
suponga alterar los presupuestos, porque los presupuestos son
constitucionalmente intocables (1). La advertencia no solo se dirige al futuro
de la LOMCE, sino a la intención anunciada de la oposición de reformar en
sentido contrario el reformado Estatuto de los Trabajadores. Dos leyes de
primer orden para la configuración de la convivencia.
Desde el gobierno, Méndez
de Vigo conmina al parlamento a rectificar y plegarse en adelante a las
disposiciones tomadas por el ejecutivo, porque de lo contrario el gobierno se
verá obligado a plantear recurso de competencias ante el Tribunal
Constitucional.
El TC, como todos
recordamos, ha dictado hace pocos días una sentencia adjudicándose a sí mismo
la potestad para sancionar a los políticos que desobedezcan los interdictos del
Augusto. Joan Coscubiela escribió ese día que la altísima instancia judicial
del país se había suicidado. La sentencia inauguraba un marasmo en el que no
solo la política se judicializa, como venía siendo habitual bajo la égida
clamorosa del césar Mariano, sino que además la justicia se politiza. No
excluyan ustedes la posibilidad, yo diría la certeza, de que ahora los jueces vuelvan
por mayoría a suicidarse con fruición, jubilosamente, y empiecen a sacar
tarjetas amarillas y rojas a los diputados en pleno hemiciclo. Y como estamos
viviendo un bucle melancólico, pasado mañana este tribunal rompedor y
entusiasta que no nos merecemos será capaz de consumar un tercer suicidio consecutivo,
y rizar el rizo declarando inconstitucional la misma constitución.
Lo de Mariano es
mucho más que piel de elefante. Son huevos de dinosaurio, como esos que
encuentran entre la hierba los héroes de Spielberg. Y cuando la gestora del
PSOE acabe de entretenerse en castigar cara a la pared con orejas de burro a
los díscolos que se negaron a abstenerse por patriotismo y responsabilidad en
la votación de investidura; cuando la gestora del PSOE despierte por fin de su
sueño pueril, comprobará que el cuento de Monterroso llevaba la razón, y el
dinosaurio sigue allí.
Delenda est Mariano.