martes, 1 de noviembre de 2016

QUÉ LES PASA A LOS CIUDADANOS


El jeroglífico de la investidura tenía varias soluciones posibles, pero a fuerza de ir bloqueando y eliminando alternativas ha acabado por quedar en pie solo una, justo la que debía haberse evitado en primer lugar. Paciencia. Son cosas que ocurren cuando la política no es de buena calidad: se producen apagones en el suministro eléctrico, los convoyes de cercanías circulan con retrasos considerables, y se deja al culpable de tropecientos desaguisados formar nuevo gobierno sin ningún condicionante expreso que lo contenga en su intención declarada de seguir por el mismo camino.
Ha ocurrido en la política española algo parecido a lo sucedido en el nivel mundial después del desplome de la URSS: pasamos entonces de un mundo bipolar, basado en la política de la deterrence (disuasión) que pivotaba sobre la urgencia de evitar una catástrofe nuclear, a la era de la gobernanza tecnocrática de la aldea global, en la que todos cierran los ojos a los estropicios porque son los algoritmos quienes los generan, y siempre serán preferibles los algoritmos a los megatones.
Conviene hacer un esfuerzo de memoria y recordar las sacudidas de angustia que provocaron en la opinión mundial los momentos de tensión extrema: la crisis de los misiles en Cuba, o el derribo del avión espía U2, en los sesenta; y los peores momentos de la internacionalización de la guerra de Vietnam, posteriormente. El fin de la historia y la consolidación del pensamiento único parecieron tortas y pan pintado a muchos, en comparación con lo vivido anteriormente.
Aquí las apuestas políticas no han sido ni mucho menos tan dramáticas, pero el surgimiento de alternativas reales y consistentes (no solo testimoniales) extramuros del statu quo, plasmadas en coaliciones gobernantes de progreso en diversos ayuntamientos y autonomías, ha diluido los términos de la oposición anterior y empujado a los viejos rivales de la “casta” bipolar el uno en brazos del otro.
Vivimos una nueva faceta del triunfo del pensamiento único, y el mejor gestor posible de esa clase de pensamiento es el que es, con todos sus defectos y todas sus lacras: Mariano Rajoy, el peor candidato posible una vez excluidos todos los demás. Mariano Rajoy, la prueba de que también con la táctica del catenaccio se pueden ganar grandes ligas.
El PSOE afronta ahora una decisión colectiva importante: definir su función propia, su proyecto y su trayecto previsible en la próxima legislatura y más allá. La tentación será dejar recaer la cuestión en la promoción de un nuevo liderazgo: o Pedro, o Susana, o quien sea. Ya ha caído antes en esa dinámica simplificadora, como recordaba este domingo en las páginas de opinión de elpais Soledad Gallego Díaz. Como aviso de navegantes, esta es la conclusión de su artículo, en la que parafrasea una idea similar lanzada por José María Ridao cuatro años atrás, en el triste final del fiasco de Zapatero: «Los socialistas deben tomar decisiones, no solo gestionar, y dejar de preguntarse qué le pasa a la socialdemocracia para fijarse en lo que les pasa a los ciudadanos.»