De los muertos no
se debe hablar mal, y no encuentro nada bueno que decir de Rita Barberá, de
modo que la única opción en este caso para mí es callar. Solo añadiré que morir
en soledad en una habitación de hotel no es, en ningún caso y para nadie, un destino
final envidiable.
En todo caso, el
incienso quemado en su honor no es de recibo. Ese minuto de silencio puestos en
pie en las cortes solo sería aceptable si fuese una norma universal, independiente
del color y las circunstancias personales de los padres y las madres de la
patria fallecidos/as. No se entiende que el homenaje a los unos sea de
cumplimiento obligado para todo el hemiciclo, mientras otros son ignorados
porque militaban en formaciones consideradas menos respetables por el hecho de ser
más contreras. O todos moros o todos cristianos, es el caso de decir una vez
más, y son muchas, porque la ley del embudo es la de mayor rango y la más
seguida en el país, con el Tribunal Constitucional dando ejemplo en primera
fila.
Y lo que roza la
paranoia es santificar a posteriori la larga trayectoria pública de Barberá, que
ya no será juzgada por ella, y culpabilizar de su muerte a quienes criticaron
comportamientos como el suyo, y exigieron transparencia en la gestión y
rendición de cuentas minuciosa a quienes ostentan cargos públicos. Ha sido
Cospedal, como de costumbre, quien ha lanzado la primera piedra: “Es que no hay
derecho al acoso insufrible de la prensa canallesca (un sector absolutamente
residual en el negocio) y de las redes sociales (que si esparcen mierda, es en
todas direcciones y sin discriminar) a una persona honesta que lo dio todo por
España.”
Sor Angélica de
Cospedal no debería desconocer que desde su trinchera se están lanzando
campañas venenosas en la prensa y las redes sociales, además de un algo de carácter
nebuloso e insidioso que se podría definir como acoso institucional y judicial,
en contra de Manuela Carmena, Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Ada Colau, Guillermo
Zapata, Rita Maestre, y otros muchos, con mención especial para el sector
catalán, en el que se incluyen desde Artur Mas y Xavier Trías, calumniados en
sus cuentas corrientes desde las cloacas del Estado, hasta Gerard Piqué y
Neymar Jr., culpables ante los medios de desafección a los colores rojo, en el
primer caso, y blanco en el segundo.
Tanteando en
dirección a los escalones más bajos de la pirámide social, la política de las
cúpulas nacional y autonómicas del PP incluye la venta de viviendas protegidas
a fondos buitre, el saqueo del fondo de las pensiones, la recogida de numerario
para paliar los varios déficit a través de incrementos espectaculares en la
factura de la luz – un impuesto indirecto que se resiste a confesar su nombre –,
y otras medidas que más sugieren el desgarro de una Andrea Fabra (“¡que se
jodan!”) que la moralina de sor Cospedal ante la falta de humanidad del mundo para
con Rita. No solo es que haya muchas personas propensas a los infartos debido a
esas políticas concretas: es que estadísticamente está comprobado que crece el
número de víctimas de fallos cardíacos, y el de suicidios, y el de accidentes
caseros directamente relacionados con la precariedad y la indigencia. Si vamos
a poner remedio a una cosa, pongámoslo también a todas las demás.