sábado, 5 de noviembre de 2016

LOS SINDICATOS EN LA ERA DE LA DESREGULACIÓN


Muchos estudios de carácter sociohistórico defienden las bondades de los sindicatos en el objetivo de alcanzar una sociedad más igualitaria, más cohesiva y más inclusiva. El lector interesado puede consultar uno de los más conocidos, el de Wilkinson y Pickett, “La importancia del movimiento sindical en la reducción de la desigualdad”, en http://pasosalaizquierda.com/?p=875.
A la inversa, los interesados en una sociedad dirigida a premiar de forma desigual los comportamientos desiguales, han visto desde los inicios de la revolución industrial a los sindicatos como sociedades de delincuentes culpables de maquinación para alterar el precio de las cosas. En un lugar destacado en el podio de quienes pensaron de ese modo cabe situar al ingeniero F.W. Taylor, que sostuvo que el valor de un equipo de obreros que trabajan en cadena equivale al del más perezoso y descuidado de sus componentes. Taylor creía únicamente en el perfeccionamiento de la práctica individual como vía hacia el progreso.
Entonces, la valoración del comportamiento positivo o negativo de los sindicatos varía mucho según el punto de vista. Como ocurre con casi todo en este mundo cruel, que dijo Campoamor. Desde una perspectiva más general, la época presente se distingue por rasgos antiigualitarios muy marcados. Flota en el ambiente un nuevo taylorismo camuflado. Del “Estado social”, inclusivo, cooperativo y solidario, hemos pasado en rápida transición al “Estado endeudado”, que para nivelar los malditos presupuestos recurre al recorte de los servicios sociales, saquea el fondo para las pensiones y, en general, considera la fuerza de trabajo como una pesada losa que entorpece el crecimiento de la economía. Para casi todos los gobiernos en ejercicio, incluido el nuestro, no son las subidas de los salarios las que marcan la buena salud de la coyuntura, sino las subidas rampantes de los dividendos. Los trabajadores son considerados “sujetos pasivos” no solo a efectos de Hacienda, sino por la reducción al mínimo de las dimensiones de su participación en las decisiones políticas. El Parlamento es oficialmente el órgano en el que reside la soberanía nacional, pero se ignora su carácter representativo de la ciudadanía, y por otro lado se le hurtan las grandes decisiones, que quedan en manos de grupos reducidos de expertos. Como en la organización del trabajo secundum Taylor, se dirige sin cortapisas desde el puente de mando y se obedece sin rechistar en las filas anónimas de una sociedad amorfa, sin cualidades y sin atributos.  
 En este contexto, la acción de los sindicatos tiende a ser considerada una interferencia inadmisible en la marcha de las cosas.
Pero conviene evitar la querencia natural del sindicalismo a retroceder hacia el pasado, en busca de la igualdad social perdida y del respaldo poderoso del Estado benefactor.
No solo es imposible ese regreso; además, fue precisamente en la edad de oro añorada cuando se plantaron los gérmenes de la situación actual. La deshumanización del trabajo bajo la organización “científica” del taylorismo, aceptada de forma prácticamente unánime por los sindicatos y por el pensamiento de la izquierda como moneda de cambio para el despliegue del amplio paraguas de la protección social estatal, fue el precedente directo de la devaluación general del trabajo que hoy se percibe.
Urge renovar y reforzar, en esta situación, el vínculo virtuoso entre trabajo y ciudadanía. Objetivos necesarios para los sindicatos, en esa dirección, serían la recuperación de la negociación colectiva en los grandes ámbitos, conseguir la implicación de nuevo en ella de las instituciones estatales para que ejerzan la mediación y la labor de control a la que están llamadas, y la revalorización del trabajo subordinado y parasubordinado, en particular del empleo de carácter precario, mediante la reclamación sostenida de nuevos derechos personales y sociales que le den visibilidad y espesor. Esas medidas podrían dar vigor, protagonismo político e instrumentos de intervención a una amplia alianza social y política entre personas con estatus, aspiraciones y problemas diferentes, pero unidas por un amplio vínculo de solidaridad surgido precisamente a partir de la recuperación de una cultura de la diferencia.