La Torre de la
Canción, “Tower of Song”, es el mausoleo imaginado para sí mismo por Leonard
Cohen en una de sus canciones más hipnóticas. Esa torre «a la que dicen que nos
mudamos mañana, camino abajo», y en la que Hank Williams tiene su habitación
cien pisos más arriba que la destinada a Cohen.
El arranque es una
confesión descarnada de vejez y de decadencia que hace daño escuchar: «Mis
amigos se han ido, mi pelo está gris, me duele en los sitios con los que solía
jugar, y aunque estoy loco por amar, no avanzo.» El cantante imagina la soledad
futura, la impotencia, la renuncia a escapar a un destino inevitable: «Todos
los puentes que podríamos haber cruzado están ardiendo.» Señala también, a una
mujer vengativa a la que no pone nombre, lo inútil de la práctica del vudú, porque el privilegio de «una
voz dorada» le hace inmune a esas agujas clavadas en un muñeco que «lo siento,
nena, no se me parece.» (No es ocioso tal vez recordar que una de sus amantes dijo de Cohen que tenía "algo de ángel y algo de lobo".)
Cada estrofa se
cierra con las mismas cuatro notas graves y subrayadas con énfasis, to-wer-of-song, que remachan con contundencia
el clavo penetrante del mensaje.
Y la despedida/salutación
final: «Me seguirás oyendo mucho después de que me haya ido; te susurraré con
dulzura desde una ventana de la Torre de la Canción.»
Podéis escucharla
clicando aquí: https://www.youtube.com/watch?v=oiAuXRK3Ogk