Tomo en préstamo el
título rimbombante de un sesudo tratado que nunca voy a escribir porque no
quiero, no porque no pueda.
Vamos al turrón,
entonces. Recuerden el acento desolado de un barón del PSOE al constatar que su
partido “se ha podemizado”. Y el apunte de ese otro barón que dijo que las
primarias no están en la “cultura centenaria” del partido. Mientras tanto,
curiosa circunstancia, ocurre que Podemos corre el peligro de “despodemizarse” con
su ingreso en las instituciones; y para evitar semejante horror no duda en convocar
su propia identidad y sus bellas tradiciones movimientistas originales.
El mismo horror vacui se percibe en otras
formaciones de mi querida izquierda (esta izquierda mía, esta izquierda nuestra,
habría cantado Cecilia) que temen ver perdidas sus señas históricas de
identidad en cualquier cambalache dirigido a renovar el género chico de las
alianzas poselectorales. Se cultiva amorosamente la identidad y se huye de la
contaminación cierta que representa lo “otro”, lo diferente. Frente a los
experimentos culinarios de fusión de texturas y sabores, algunos siguen empeñados
en mantener la recia tradición de comprar los bartolillos de los postres
dominicales en Viena Capellanes, casa renombrada por una tradición secular, y desdeñan
las ofertas aggiornadas de otras pastelerías de postín. (Tampoco, ha quedado
muy claro, se está dispuesto a dejar pasar sin respuesta airada la afrenta de
un chef partidario de poner chorizo en la paella.)
La pregunta obvia
es: tanta carga de identidad, ¿para hacer qué?
Si con lo que yo
tengo no me da para llegar adonde quiero ir, y he de pedir ayuda a otro para avanzar
juntos, es bastante ridículo intentar imponer a ese otro “mi” camino, “mi” método,
“mi” ritmo, y así sucesivamente.
Bruno Trentin, un
santo de mi devoción, reclamaba en sus escritos de los años noventa y
siguientes una “reunificación” del pueblo de la izquierda (radicales y
templados, ortodoxos y heterodoxos) a partir de una “cultura de la diferencia”.
Amar la diferencia y aceptarla como contribución específica a la riqueza
compartida, que es una riqueza diversa y no homogénea. Al hacer esa propuesta
estaba señalando un territorio nuevo y un camino distinto para situar a una
clase trabajadora moderna y plural en el puente de mando de las
transformaciones necesarias, en un momento en el que los avances de la
tecnología no dan tregua ni cuartelillo ni el más mínimo margen de espera.
Rebajar el peso de
las identidades centenarias, y abrirse a la aceptación de realidades diferentes
pero respetables. Un primer paso tal vez necesario para la concreción de un
futuro programa de gobierno.