La señora ministra
de Empleo debería tomar “lecciones de abismo”, según cuenta Julio Verne que
recomendaba el profesor Arne Saknussem a los intrépidos viajeros empeñados en
llegar al centro de la Tierra. A doña Fátima se le da mal ese ejercicio, como
se desprende del hecho de que haya afirmado que nadie que trabaje ocho horas
diarias en España puede cobrar menos del salario mínimo, “porque no es legal”.
Según las cuentas
del Ministerio de Hacienda para 2015, un total de 5,9 millones de asalariados sobre
una cifra global de 17,3 millones de activos (el 34,3%, más de uno de cada
tres, y no estamos contando los parados) no ha alcanzado la retribución marcada
por el salario mínimo interprofesional. Desde 2008, este colectivo ha pasado de
5,3 a 5,9 millones, en un contexto en el que el número de asalariados activos
ha descendido en dos millones redondos (eran 19,3 millones en 2008, y 17,3 en
2015). Para el Ministerio, ese es el mundo acotado de la temporalidad, del trabajo parcial, a horas. Cierto, pero solo en parte. Y es que, con ser malos, los números del Ministerio tan solo cartografían la
realidad “oficial” (esa según la cual todo lo que no se refleja en la
estadística, no existe) en dos dimensiones, en tanto que la realidad cruda,
perceptible a simple vista (a ojo desnudo, como dicen los franceses), consta de
tres dimensiones, ninguna de las cuales es desdeñable.
En este sentido,
Industria 4.0 sería el Himalaya, mientras los 5,9 millones de personas cuyos
ingresos se sitúan por debajo del SMI se estarían moviendo en los fondos de las
fosas oceánicas abisales. La remuneración de los salarios más bajos ha
descendido en un 28% en estos años, y la temporalidad media de los contratos se
ha ido acortando progresivamente hasta situarse en unos cincuenta días. A doña
Fátima le parece imposible que una persona contratada para cuatro horas al día
sea obligada a trabajar diez y a cobrar solo cuatro. “No es legal, luego no
existe.” Y sin embargo, la experiencia a ras de tierra indica otra cosa: Eppur si muove.
Una de las falacias
de partida del enfoque gubernamental sobre el mercado de trabajo consiste en
desdeñar la dimensión cualitativa (la tercera dimensión). Trabajo es, desde
su óptica, solo trabajo abstracto, fuerza mecánica de trabajo siempre igual a
sí misma. Basta cuantificar personas implicadas, horas trabajadas y
retribuciones percibidas, para tener el cuadro completo de la salud de la
economía.
Pero de un lado, no
puede ignorarse el dato de la cualidad en el trabajo profesional, que implica
en prácticamente todos sus escalones la puesta a contribución de unos saberes técnicos
previamente adquiridos. De otro lado, del mismo modo que las estadísticas no han
contemplado nunca el submundo de las cajas b, los sobres en negro y las
tarjetas black, tampoco toman nota de las personas que aceptan trabajar diez
horas cobrando solo cuatro porque el salario “mínimo mínimo” que reciben les es
indispensable para una supervivencia arañada día a día.
No se trata solo de
trabajos “basura”, sin cualificación; el mismo chantaje empresarial se está practicando
con licenciados, con arquitectos, con técnicos superiores y medios. Estos
estratos, directamente relacionados con unos avances tecnológicos profundos y
veloces, están obligados a reciclarse de forma constante para mantener sus expectativas
virtuales de “empleabilidad” y no caer pura y simplemente en la marginación. Esas
horas sobreañadidas de trabajo intenso de formación permanente no son remuneradas de ninguna forma. En
las estadísticas se les clasifica como “autónomos” o “emprendedores”, obligados
a cotizar a la Seguridad Social, y empleados de forma esporádica por empresas
que se lucran de una calidad profesional cuyo mantenimiento no pagan ni de
forma directa ni por vías indirectas.
Así, la odisea abisal
de la busca de un trabajo mal pagado por las profundidades del subempleo se ha
extendido como mancha de aceite por una sociedad en la que las bienaventuranzas
prometidas por los políticos se diluyen en el vacío, como resuenan los ecos del
viento en un desierto. La fractura social está servida.