viernes, 11 de noviembre de 2016

HACIA UN DIÁLOGO DE SORDOS


Cuando Albert Rivera echa en cara a Pablo Iglesias que debe de estar contento por la victoria en Estados Unidos de un populista como él, lo primero que llama la atención es la exquisita estupidez de la observación. Lo siguiente, si uno se toma la molestia inane de profundizar en los meollos recónditos de la frase, es que Rivera ha conseguido elaborar un ejemplo brillante de populismo a sensu contrario. Si populismo es en esencia la división del terreno político en dos campos irreconciliables entre sí, la afirmación «todo aquel que piensa distinto que yo es un populista» cae de cuatro patas en lo mismo de lo que se pretendía excluir.
No es un pecado privativo de Rivera. Las élites en pleno, y no me refiero solo a las élites extractivas de campanario que proliferan por aquí cerca, sino al sofisticado establishment internacional o multinacional que rige nuestros destinos así en el cielo como en la tierra, han estado practicando durante los últimos años el mismo juego de salón. El TINA (there is no alternative) se ha conjugado en todos los tiempos verbales con la coletilla: “y el que diga lo contrario es un populista”.
El establishment se ha quedado bizco de tanto mirarse el ombligo. Ha cerrado los ojos a la realidad que se ha venido extendiendo como mancha de aceite en todo el orbe civilizado, después de ser desde tiempos inmemoriales una prerrogativa exclusiva del orbe incivilizado, lo que llamábamos antes el tercer mundo, o incluso el cuarto. La gente ordinaria lo está pasando mal, muy mal incluso, aquí, allí y en todas partes, e intuyen que el futuro pinta aún peor; pero en las alturas se niegan a tomar nota y siguen haciendo el Pangloss de tapadillo, pensando que este mundo concreto es el mejor de todos los posibles. Nos dicen que están trabajando duro para corregir las disfunciones menores del sistema,  porque no sería políticamente correcto confesar que tanto les da lo que pase fuera de su hermética esfera político-financiera. Se encogen de hombros: el mundo exterior no tiene otra que aguantarse.
El solipsismo deliberado del poder califica la indignación ciudadana de populismo, y el populismo de veneno antidemocrático. Los antidemócratas son siempre los otros.
Ahora mismo los sindicatos CCOO y UGT se están dirigiendo al gobierno con un listado no muy largo pero sí jugoso de reivindicaciones pendientes. Piden un alza salarial después de años de pérdida del poder adquisitivo, pero también una renta mínima de inserción, un impulso a la negociación colectiva y a la concertación, más derechos para los trabajadores, y la vuelta atrás de las reformas laborales. La respuesta que les dará el gobierno es totalmente previsible desde ahora: «Estamos abiertos al diálogo pero no nos moveremos un ápice de nuestra posición, que es la única sensata.» Están abiertos al diálogo de sordos, entonces. Nuestro Augusto seguirá escudriñando las nubes desde los ventanales de Génova a la espera de ver aparecer (¿dónde? ¿cómo? Y sobre todo ¿por qué?) brotes verdes.