Una noticia de
prensa trae el descubrimiento de una pirámide debajo de la pirámide de
Kukulcán, en Chichén Itzá. En elpais viene clasificada con el número 1 del
ranking de artículos más visitados, quizá porque habla explícitamente de
misterios ocultos bajo la pirámide, y el tema de lo oculto siempre ha tenido
mucho tirón.
Yo visité Chichén
Itzá en el año 1990, subí a lo alto de la pirámide (ahora no se puede, una
señora perdió pie y se mató en la caída, y desde 2006 se considera oficialmente
peligroso lo que antes era peligroso a secas) y, cosa más sorprendente vista la
“novedad” de la noticia actual, me introduje en compañía de un guía experto por
una de las esquinas de la gran estructura cuadrangular, para ver los restos de la
pirámide enterrada debajo. Era una visita que se hacía en grupos reducidos por
la posibilidad de que faltara el aire siempre enrarecido en aquellas
estrecheces subterráneas. El caso es que la superposición de templos era
perfectamente conocida desde los años treinta, y también el hecho de que toda la
estructura había sido construida encima de un cenote, un tipo de poza característica,
con el acuífero subterráneo abierto a la superficie por hundimiento del terreno
cárstico que lo cubría.
Lo que se ha
descubierto ahora, según he constatado por medio de una sencilla consulta a
google, es una tercera estructura, una pirámide situada debajo de la pirámide
ya descubierta que estaba debajo de la pirámide conocida desde tiempo
inmemorial como el “Castillo”. Por eso se habla de cajas chinas o de muñecas rusas,
pero no hay tal, porque la superposición no estaba prevista en un proyecto
conjunto. No solo los mayas, todos los pueblos de todas las civilizaciones del
mundo han levantado sus templos encima de otros templos precedentes. Misterios
los hay en este meollo, pero están en otro lado.
El artículo se
refiere en un par de ocasiones a la pirámide como el Kukulcán; pero Kukulcán
era el dios, no el adoratorio del dios. Y ese dios era la serpiente emplumada,
es decir el Quetzalcóatl de los teotihuacanos del Altiplano, situado a muchos
kilómetros de distancia del Yucatán, y a una altitud superior en más de tres
mil metros. Se llaman distinto solo porque eran distintas las lenguas: los dos
nombres se traducen por “serpiente con plumas”.
Hay documentados
numerosos intercambios culturales entre la cultura maya y las de los diferentes
pueblos del Altiplano que habían de desembocar en el imperio azteca. El cuadro
general, sin embargo, no acaba de quedar claro, seguramente debido a la
destrucción generalizada de testimonios de un valor incalculable, bien por la
fiebre del oro de los conquistadores, o bien por el exceso de celo de los
misioneros llevados por Cortés, dispuestos a destruir todo lo que les pareciera
idolatría.
Un nexo común
evidente entre mayas y mexicas fueron los toltecas, pero no se sabe mucho sobre
este pueblo – tal vez solo una casta guerrera – aparte de las huellas
arqueológicas que ha dejado. Hay presencia tolteca en el Altiplano, por ejemplo
en Tula, y Chichén Itzá fue una ciudad “mixta”, tolteca y maya. El llamado
Templo de los Guerreros, cuyas columnas se alzan junto al Castillo, es una
estructura típicamente tolteca; y el culto a la serpiente emplumada, con sus
mesas de sacrificio antropomorfas, los chac-mool, fue sin la menor duda una
aportación tolteca, porque no aparecen en otras ciudades mayas exploradas.
Quizás otro
misterio, favorito de lo esoteristas, es el de la construcción de lugares de
culto en zonas de un intenso magnetismo telúrico. Carmen, que nunca ha sufrido
de vértigos, sintió en lo alto del Castillo el poder de esa atracción (yo,
confieso que no), y hube de ayudarla a retornar al suelo. Peor fue lo que le
ocurrió a la reina Sofía en la gran pirámide de Tikal, Guatemala, de donde
hubieron de bajarla entre varios guardaespaldas porque se sentía paralizada por
completo. Los mayas detectaron a la perfección ese tipo de lugares propicios a la
pérdida del sentido de la orientación y del equilibrio; la experiencia de lo
sagrado era de ese modo lo más intensa posible. Cierto que aquella cultura también
poseyó un sistema sofisticado de numeración, que incluía el número cero, y un
calendario solar muy complejo.
Cuando llegaron los
españoles, los mayas se encontraban en plena decadencia después de una serie de
guerras intestinas, y sus grandes centros ceremoniales estaban abandonados y enterrados
bajo la vegetación exuberante del trópico. Quizás ese hecho, sumado al
providencial retraso de don Alfredo Nobel en inventar la dinamita, ha permitido
su conservación frente al instinto destructivo y depredador de los talibanes
llegados de Europa gracias a la utilización de tecnologías punta de la época en
materia de navegación.