viernes, 18 de noviembre de 2016

LA PIRÁMIDE DE KUKULCÁN


Una noticia de prensa trae el descubrimiento de una pirámide debajo de la pirámide de Kukulcán, en Chichén Itzá. En elpais viene clasificada con el número 1 del ranking de artículos más visitados, quizá porque habla explícitamente de misterios ocultos bajo la pirámide, y el tema de lo oculto siempre ha tenido mucho tirón.
Yo visité Chichén Itzá en el año 1990, subí a lo alto de la pirámide (ahora no se puede, una señora perdió pie y se mató en la caída, y desde 2006 se considera oficialmente peligroso lo que antes era peligroso a secas) y, cosa más sorprendente vista la “novedad” de la noticia actual, me introduje en compañía de un guía experto por una de las esquinas de la gran estructura cuadrangular, para ver los restos de la pirámide enterrada debajo. Era una visita que se hacía en grupos reducidos por la posibilidad de que faltara el aire siempre enrarecido en aquellas estrecheces subterráneas. El caso es que la superposición de templos era perfectamente conocida desde los años treinta, y también el hecho de que toda la estructura había sido construida encima de un cenote, un tipo de poza característica, con el acuífero subterráneo abierto a la superficie por hundimiento del terreno cárstico que lo cubría.
Lo que se ha descubierto ahora, según he constatado por medio de una sencilla consulta a google, es una tercera estructura, una pirámide situada debajo de la pirámide ya descubierta que estaba debajo de la pirámide conocida desde tiempo inmemorial como el “Castillo”. Por eso se habla de cajas chinas o de muñecas rusas, pero no hay tal, porque la superposición no estaba prevista en un proyecto conjunto. No solo los mayas, todos los pueblos de todas las civilizaciones del mundo han levantado sus templos encima de otros templos precedentes. Misterios los hay en este meollo, pero están en otro lado.
El artículo se refiere en un par de ocasiones a la pirámide como el Kukulcán; pero Kukulcán era el dios, no el adoratorio del dios. Y ese dios era la serpiente emplumada, es decir el Quetzalcóatl de los teotihuacanos del Altiplano, situado a muchos kilómetros de distancia del Yucatán, y a una altitud superior en más de tres mil metros. Se llaman distinto solo porque eran distintas las lenguas: los dos nombres se traducen por “serpiente con plumas”.
Hay documentados numerosos intercambios culturales entre la cultura maya y las de los diferentes pueblos del Altiplano que habían de desembocar en el imperio azteca. El cuadro general, sin embargo, no acaba de quedar claro, seguramente debido a la destrucción generalizada de testimonios de un valor incalculable, bien por la fiebre del oro de los conquistadores, o bien por el exceso de celo de los misioneros llevados por Cortés, dispuestos a destruir todo lo que les pareciera idolatría.
Un nexo común evidente entre mayas y mexicas fueron los toltecas, pero no se sabe mucho sobre este pueblo – tal vez solo una casta guerrera – aparte de las huellas arqueológicas que ha dejado. Hay presencia tolteca en el Altiplano, por ejemplo en Tula, y Chichén Itzá fue una ciudad “mixta”, tolteca y maya. El llamado Templo de los Guerreros, cuyas columnas se alzan junto al Castillo, es una estructura típicamente tolteca; y el culto a la serpiente emplumada, con sus mesas de sacrificio antropomorfas, los chac-mool, fue sin la menor duda una aportación tolteca, porque no aparecen en otras ciudades mayas exploradas.
Quizás otro misterio, favorito de lo esoteristas, es el de la construcción de lugares de culto en zonas de un intenso magnetismo telúrico. Carmen, que nunca ha sufrido de vértigos, sintió en lo alto del Castillo el poder de esa atracción (yo, confieso que no), y hube de ayudarla a retornar al suelo. Peor fue lo que le ocurrió a la reina Sofía en la gran pirámide de Tikal, Guatemala, de donde hubieron de bajarla entre varios guardaespaldas porque se sentía paralizada por completo. Los mayas detectaron a la perfección ese tipo de lugares propicios a la pérdida del sentido de la orientación y del equilibrio; la experiencia de lo sagrado era de ese modo lo más intensa posible. Cierto que aquella cultura también poseyó un sistema sofisticado de numeración, que incluía el número cero, y un calendario solar muy complejo.
Cuando llegaron los españoles, los mayas se encontraban en plena decadencia después de una serie de guerras intestinas, y sus grandes centros ceremoniales estaban abandonados y enterrados bajo la vegetación exuberante del trópico. Quizás ese hecho, sumado al providencial retraso de don Alfredo Nobel en inventar la dinamita, ha permitido su conservación frente al instinto destructivo y depredador de los talibanes llegados de Europa gracias a la utilización de tecnologías punta de la época en materia de navegación.