Nos cuentan los
periódicos que el retrato, obra de Leonardo da Vinci, conocido como la Dama del Armiño
permanecerá indefinidamente en Polonia, después del acuerdo de venta, casi donación
por lo moderado del precio, a que han llegado sus propietarios con el Estado
polaco.
La literatura
periodística sobre el cuadro nos ha dado detalles curiosos. Leonardo cambiaba
de idea con frecuencia, por lo que sus pinturas se eternizaban en el caballete.
Hubo primero, según los rayos X, una ventana a la derecha, que luego dio paso a
un fondo neutro pero que permanece en “idea”, porque de ese lado procede la luz
que baña la figura de Cecilia Gallerani, amante a los diecisiete años de
Ludovico Sforza, señor de Milán y mecenas del pintor. También al principio no
había armiño; hubo luego uno bastante más pequeño, y finalmente creció y obligó a cambiar
la posición de la mano que lo acaricia.
Todo ello pudo
estar motivado simplemente por la necesidad de equilibrar las líneas de fuerza
de la pintura, y proporcionar al ojo del espectador un motivo secundario en el que
descansar la vista, en un nivel más bajo que el bello rostro de la mujer. El
armiño era un animal heráldico; ningún armiño se habría estado quieto el tiempo
suficiente para ser retratado en el regazo de una dama, porque se trata de un
animal arisco y nervioso.
La figura femenina
está tomada en una posición de tres cuartos – ni de frente ni de perfil – y gira
la cabeza hacia su izquierda, como si escuchara a alguien hablar desde ese
lado. Es una bella innovación de Leonardo respecto de las convenciones muy estrictas
que regían en su tiempo el retrato de aparato, es decir el de personas nobles y
cuya importancia social debía quedar plasmada adecuadamente en el lienzo. Consiguió
con ese leve giro del cuerpo y la actitud de la modelo, atenta a alguna
conversación y desentendida del hecho de estar siendo pintada, dar mayor dinamismo y verosimilitud a la escena.
La Gioconda, tan puesta en los cuernos de la luna por su sonrisa, es en ese
sentido mucho más convencional.
Leonardo volvió a
intentar algo parecido en dos ocasiones. En el retrato de la Belle Ferronière,
del Louvre, hay un giro parecido de la cabeza – no del cuerpo y de la actitud –
para mirar al pintor desde la posición de tres cuartos, en lugar de dirigir la
mirada al frente. Se ha especulado mucho sobre quien fue la Ferronière, pero el
extraño tocado femenino con la cintilla metálica que ciñe la frente se repite
en los dos retratos, y hay un parecido muy sensible entre las dos modelos, con
diferencias explicables por los cinco años transcurridos y el parto que tuvo lugar
entre la primera pintura y la segunda.
El otro retrato con
giro corporal del modelo es mucho más misterioso: el de San Juan Bautista, que
ladea la cabeza, perfila un hombro y señala con el dedo al cielo mientras en su
rostro se dibuja la sonrisa indefinible característica de algunas figuras del
pintor de Vinci. Como sobre la sexualidad de Leonardo se ha dicho ya todo, no
me extenderé sobre el asunto. En cuanto al personaje, podría tratarse tanto del
Bautista como de Baco, duda también planteada en el caso del otro retrato,
mucho menos “sfumato”, del mismo joven de melena rizada y sonrisa ambigua.