Varios sucesos que
conmocionaron el mundo antiguo y han llegado a nosotros por vías diferentes, podrían
haber tenido un origen común. En concreto, el mito de la Atlántida, la salida
de Israel de su esclavitud en Egipto y el final de la civilización minoica en
Creta, pudieron haber dependido de una tremenda erupción volcánica localizada en
la isla de Thera, una de las Cícladas, conocida hoy con el nombre de Santorini.
El cataclismo tuvo lugar hacia el año 1470 antes de nuestra era, y se ha escrito
mucho sobre el tema; yo sigo en este apunte, sin más pretensión que la
divulgativa, el bien documentado relato del poeta y ensayista polaco Zbigniew
Herbert en El laberinto junto al mar (Acantilado,
Barcelona 2013, traducción de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski).
La civilización
cretense, llamada minoica por el más o menos mítico rey Minos, fue
redescubierta por el arqueólogo Arthur Evans, que “resucitó” el palacio real de
Cnossos y otros centros políticos y ceremoniales. Creta había caído en manos de
pueblos de origen dorio hacia el 1200 antes de nuestra era. En la Grecia
continental aquella guerra tomó la forma del mito de Teseo, el héroe que mató
en su laberinto a Minotauro, monstruo engendrado por la reina Pasífae de un toro,
y liberó a los atenienses del tributo anual de siete muchachos y siete
doncellas entregados a la voracidad de Minotauro.
Con todo, la arqueología
ha datado la destrucción violenta de los palacios cretenses en un momento bastante
anterior a la conquista; y también se constata que el activo comercio de Creta
con Egipto y Asiria quedó interrumpido por lo menos dos siglos antes de su sumisión a
Atenas.
De otro lado, en
dos de los últimos diálogos de Platón llegados hasta nosotros, el Timeo y el Critias, el filósofo hace alusión al hundimiento en el mar de un
continente “mayor que Libia y Asia Menor juntas”. El legislador ateniense Solón
tuvo noticia de dicho suceso durante una estancia en Egipto, por boca de los
sacerdotes de aquel país. Solón habló a Platón de la desaparición de un
continente debida a una gran explosión ocurrida nueve mil años atrás en el
Atlántico, acompañada por fuertes temblores de tierra y columnas de humo que se
hicieron visibles en todo el orbe.
A pesar de la
incongruencia de los datos, las noticias recogidas por Solón podrían aludir a la
gran erupción que sepultó en el mar la mayor parte de la isla de Thera. Al paso
de las generaciones, todo el magno suceso se había hecho mucho más remoto en el
espacio y en el tiempo de como realmente ocurrió. La erupción debió de
producirse unos novecientos (y no nueve mil) años antes del viaje de Solón a
Egipto; y Santorini no está en el Atlántico sino en el mar Egeo, apenas cien
kilómetros al norte de Creta, y a una distancia no mucho mayor del delta del
Nilo, de modo que los efectos de un fuerte movimiento sísmico tuvieron que ser
muy perceptibles en toda la cuenca del Mediterráneo oriental. La antigua Thera no
podía ciertamente ser confundida con un continente, pero tenía una extensión
por lo menos tres veces superior a la actual Santorini, y estaba coronada por un
gran cono volcánico de más de mil quinientos metros de altitud. De hecho el
volcán ya parcialmente sumergido entró de nuevo en erupción en 198 a.C., y de ello
nos han llegado noticias más precisas a través del geógrafo Estrabón. «A mitad
de camino entre Tera y Terasia, unas llamaradas brotaron del piélago por
espacio de cuatro días, de suerte que el mar hervía y ardía.» Grandes olas
barrieron las Cícladas, Eubea, Fenicia y Siria, y destruyeron dos terceras
partes de la ciudad de Sidón. Poco a poco, como empujada por una palanca,
surgió a la superficie del mar una nueva isla compuesta de materiales
incandescentes. Esta isla, emergida a
poca distancia del perfil occidental de Santorini, se llama hoy Palea Kameni,
la “Vieja Quemada”.
Los sismólogos
calculan que la anterior erupción de Thera pudo ser cuatro veces más violenta; mayor
incluso que la histórica del volcán Krakatoa, en Sumatra, que también provocó
el hundimiento de una porción amplia de tierra y toda clase de cataclismos. Más
fuerte aún, en algunos aspectos, que la explosión de una bomba atómica. La lava
del Vesubio enterró a Pompeya, pero los palacios de Cnossos, Festos, Hagia Triada
y otros situados a lo largo de la costa septentrional de Creta debieron de ser
arrasados de forma súbita por el terremoto mismo y por su secuela, una gran ola
de más de cuarenta metros de altura.
En Egipto el
cataclismo debió de manifestarse con temblores repetidos, un oscurecimiento de
la luz diurna, lluvias de cenizas, aguas de color terroso, plagas y epidemias
diversas. En un papiro de la época de la XVIII Dinastía, se habla de «una larga
noche, truenos, diluvios y días en los que el sol del firmamento era tan pálido
como la luna. No había manera de salir de casa, y unas tempestades violentas
hicieron estragos durante nueve días. ¡Oh, que enmudezca por fin el estruendo
de la Tierra!»
La descripción del
papiro viene a coincidir con el relato de las plagas de Egipto en la Biblia. En
aquel ambiente de terror telúrico, Moisés pudo conseguir de Faraón permiso para
marchar con su pueblo hacia la Tierra Prometida. Es aventurado relacionar el
paso del mar Rojo con un tsunami, porque el período de retirada de las aguas no
pudo ser tan largo como para permitir el paso de una multitud que por fuerza
tenía que moverse con lentitud. Pero el fenómeno del cauce seco del mar y la
posterior irrupción de una gran ola que lo cubrió todo, sí pudo ser observado y
anotado por testigos del suceso que sobrevivieron a la catástrofe; y sin duda la
fuerza de las aguas puso fin al poder de los ejércitos de Faraón, si habían
acampado en las proximidades del lugar.
Luego, la vida
siguió su curso. Creta fue invadida, pero volvía a ser un reino poderoso en la
época de la guerra de Troya, cuando su rey Idomeneo contribuyó con ochenta
naves a la gran coalición de ciudades griegas presidida por Agamenón. Egipto
siguió su trayectoria milenaria, e Israel se asentó en Palestina e inició una etapa
de luchas continuadas con los filisteos y otros pueblos de la región. De la
gran catástrofe de Thera quedaron algunos testimonios escritos que, de forma
imperfecta y fragmentaria, han permitido a los estudiosos de siglos muy
posteriores reconstruir a su modo lo sucedido.