A la vista de las
pinturas que presiden el parlamento canario, no hace falta ser heredero de los guanches para
sentirse ofendido. Se trata de obras deleznables desde el punto de vista
estético, y reveladoras de una ideología colonialista, eurocéntrica y propagandística
de la religión (de una determinada religión) que a fechas actuales debería
aparecer como completamente desfasada.
Debería. Lo cierto
es que a algunas personas les parecen muy bien las pinturas realizadas por
Manuel González Méndez en 1906. En elpais, Rut de las Heras y Carmen Morán se
preguntan si es lícito juzgar obras artísticas antiguas con criterios actuales.
Dispensen, señoras, es lo que hacemos todos, todos los días, con todas las
obras artísticas. En tanto que hijas/os de nuestro tiempo, no podemos
comportarnos de otra manera.
Para examinar y
valorar el arte en su perspectiva histórica se inventaron los museos. Hay
obras artísticas expuestas en museos sobre la inquisición, sobre la tortura, sobre el tráfico de esclavos. A
nadie escandalizan. El público acude a ellos para documentarse mejor sobre cómo
eran antes las cosas, y cómo han cambiado, en general para mejor. Llévense a un
museo de lo que sea los dos cuadros de Manuel González Méndez, y estarán donde les
corresponde. Vaticino
que ningún amateur de pintura les dedicará más de una única mirada distraída;
no habrá en torno a ellos un corro de japoneses haciendo funcionar los flashes
de sus móviles, como sucede en el Prado con las Meninas o en el Louvre con Mona
Lisa.
Pero no ofenderán a
nadie, porque su presencia en un museo les privará de cualquier
significado añadido. Lo grave es que esas dos escenas de prepotencia y de
humillación estén presidiendo las tareas de un parlamento del siglo XXI. Ese es
el drama.
El arte nunca es
solo arte, y la pintura histórica en particular es además propaganda y enaltecimiento.
La rendición de Breda por Velázquez o la batalla de Tetuán por Fortuny padre,
ejemplos de pintura mucho más dignos que los dos adefesios de González Méndez,
fueron también obras creadas de encargo y tenían un propósito propagandístico
de enaltecimiento de la monarquía española. Están perfectamente en un museo,
serían cuestionables en otro contexto. Como sería cuestionable colocar en los
muros de un convento de monjas la Gran Odalisca de Ingres o el Origen del mundo
de Courbet. Grandes pinturas sin la menor duda, pero inadecuadas como adorno preferencial
de ese lugar preciso.
Es curioso que
quienes defienden en este caso concreto la posición contraria, el arte por el
arte y lo intocable por lo intocable, no encuentren nada que oponer al hecho de
que haya sido condenada por enaltecimiento del terrorismo una muchacha que hizo
chistes sobre la muerte de Carrero Blanco, y que había nacido varios años
después del suceso que eligió como tema. Es el mismo anacronismo, en la
dirección contraria. En el primer caso no se considera ofensivo algo que hoy tendría
ese carácter, porque en su tiempo no lo era; en el segundo, sí se castiga como
ofensa algo que lo fue en un contexto determinado pero de lo que no se
desprende ninguna intención de seguir ofendiendo, ni a los herederos
espirituales de Carrero ni a nadie.
El manejo de un doble
rasero significa nada menos que lo artístico, al igual que lo simplemente respetable,
queda sujeto a un severo canon de evaluación dependiente de unas posiciones
ideológicas muy determinadas. Ninguna sorpresa; es algo que sospechábamos ya
desde hace tiempo.