Visita sorpresa en
mi modesto apartamento de Poldemarx (1). Suena el timbre del portero
automático, y a la pregunta ritual de quién es, responde una voz de barítono,
con un deje inequívoco de autoridad: «Montalbano
sono.» El comisario de Vigata, al que conozco desde hace muchísimos años,
cuando era un joven inquieto que se iniciaba con talento innato en el oficio de
esbirro.
¿Qué le trae por
aquí, Salvo? Me contesta que se ha ofrecido a su amigo Andrea Camilleri para
firmar en su nombre unos ejemplares para la Diada de Sant Jordi. En realidad él
tenía que venir de todos modos por una investigación en curso; pero no a
Barcelona, en Barcelona nunca pasa nada, solo menudencias, sino a Madrid, un
hervidero de intrigas y crímenes.
– ¿Y quién es su
sospechoso en este nuevo caso?
– ¡Ah, cualquiera!
Tenemos lo que los franceses llaman embarras
de choix. En Vigata, para cualquier delito en el que aparecen relacionados la
política y los negocios privados, sabemos que de un modo u otro la familia
Lupara estará detrás. En Madrid, salvando diferencias de detalle, ocurre más o
menos lo mismo. Todo es un gran caldo de cultivo, todo está relacionado.
– No se estará
refiriendo a…
– Lo siento, caro Roderigo,
no puedo dar nombres ni datos. Esto es estrictamente confidencial.
– Entiendo.
– Mejor. Lo
llamativo, si me permite la precisión, son ciertas concordancias colaterales. Cuando
actúan, los Lupara avanzan en cuadro, como dice la historia que hacían los
ejércitos napoleónicos. Todo el escuadrón unido, codo con codo. Bajo el fuego
enemigo, los que caen son reemplazados sin vacilación por los de la segunda
fila, y así sucesivamente, de modo que el frente sigue compacto y avanza implacable
al asalto a la fortaleza. Ahora no se trata de tomar fuertes sino de esa
operación peculiar llamada comúnmente “extracción de rentas”, pero el principio
es el mismo: la formación compacta de combate, el codo con codo, la cobertura y
la protección recíprocas para los asaltantes. Incluso algún detalle accesorio
muy curioso.
– Usted dirá, mi
querido Salvo.
– Entre los Lupara,
“fare la bionda”, hacerse la rubia, designa una forma muy concreta de afrontar
un interrogatorio policial. El sentido de la expresión es oscuro, pero viene a
equivaler a salirse por la tangente, “Ah de eso yo no sé nada, señor comisario.
Yo llegué al lugar de los hechos por casualidad, cómo iba a saber que alguien se
había dejado cruzado en mi camino un catafero
apiolado a punta de navaja y con la lengua seccionada por soplón. Yo tomé
ese callejón trasero en concreto para atajar, mi intención era llevarle unos
bombones a una sobrina de mi mujer que cumplía años ese día. Doce años, señor
comisario. Un encanto de niña.”
– Curioso, el
detalle de la rubia.
– Banal, más bien. Todo
deriva de la regla básica de la omertà, la
ley del silencio de la mafia. No siempre se puede callar todo, esconderlo todo,
y entonces son los lugartenientes los que se comen los marrones. La mierda, con
perdón, no debe salpicar nunca a los de arriba; solo al escalón intermedio, el
de los cabos gastadores, los que marchan en primera fila. Las normas son
estrictas. Los señalados con el dedo irán a la cárcel, pero la magistratura y
las autoridades carcelarias procurarán ser amables con ellos. Después, habrá mil
ocasiones para indultos estratégicos. La santa madre iglesia es muy eficaz en
estos menesteres. Ya sabe, perdonar es de cristianos.
– Me deja usted de
piedra, Salvo.
– Vamos, vamos,
Roderigo. Sabe que en estas cuestiones los Lupara son meros aprendices. El gran
juego, el de verdad, tiene lugar en las grandes capitales, en contacto estrecho
con los aparatos del estado: la policía, la magistratura, el parlamento, los
medios de comunicación al servicio del poder, los palcos de los estadios
deportivos…
– ¡Ah, vaya, se
está usted refiriendo a…!
– Ni una palabra
más, caro Roderigo. Mis labios están sellados. No puedo dar nombres ni datos.
Este es un asunto confidencial.
Anochece. Cruza el
mar delante de nuestra terraza un gran crucero cuajado de luces, deslizándose
silencioso por el agua en calma.
– Esos van a mi paese, a Génova. ¡Maldita sea mi
estampa! – rezonga entre dientes el comisario. No parece que esté muy a gusto
con su misión.
(1) Para quien carezca de informaciones geográficas
precisas. Poldemarx es un diminuto enclave costero que forma parte de la república
libre de Parapanda. No consta su situación en Google Earth debido a un veto directo emanado de la
administración Trump, pero es fácil llegar allí desde Barcelona en una noche
serena, tomando como referencia la segunda estrella por la derecha y siguiendo todo
recto en dirección nordeste, hasta encontrar un espolón de roca a flor de agua
que constituye un área de descanso para cormoranes (corbs marins en catalán). El pueblo propiamente dicho está detrás
de los pájaros. Algunos residentes de Poldemarx somos también un poco cormoranes.