Ya se puede
acceder, en el lugar de siempre, al número 8 de Pasos a la izquierda, una aventura editorial emprendida por un
grupo modesto de personas que intentamos “abrir ventanas” (operación a la que
aluden las ilustraciones seleccionadas por Carme Masià), para que corra el aire
y para conseguir perspectivas nuevas que ayuden a superar el bucle político
actual.
Puede que me extienda
en otro momento sobre el extenso reportaje a dos voces de la Marcha de las Mujeres
en Washington; da cuenta de una experiencia viva e instruye sobre el modo de
aparecer las minorías, las “inmensas minorías”, en una política profesionalizada
para la cual esa presencia resulta inoportuna e indeseable. Para quienes
pretenden apuntalar la democracia (en abstracto) en el mero control del 51% de
los votos de los parlamentos, la Marcha ha sido una mala noticia. Habrá más
noticias, y también peores, para ellos. La lucha contra todos los trumps del
mundo no ha hecho más que empezar.
Pero voy a
centrarme hoy en el discurso de Bruno Trentin (1) en el Congreso de Rímini de
1991, cuando los comunistas italianos dejaron a un lado su nombre y parte de su
ortodoxia y su rigidez organizativa para abrir una nueva expectativa en la
izquierda.
El experimento no
funcionó bien, lo sabemos hoy. Pero en gran medida fue porque nunca se efectuó
la soldadura necesaria, que Trentin propone de forma explícita, entre la lucha
por una “moderna democracia económica e industrial”, a partir de la empresa y
del lugar de trabajo, y la “refundación democrática del Estado”. Se optó
finalmente por mantener en la nueva organización el “primato” de la política, despojado
de rigideces teóricas y de llamados a la disciplina interna. No era eso, sin
embargo, lo esencial; lo que de verdad importaba era encontrar y preservar el
nexo vital, el cordón ciertamente umbilical e imprescindible, que une las tres
grandes realidades sociales del trabajo, la ciudadanía y la política en su más
alto nivel.
Los lugares de
trabajo, en las situaciones cotidianas de la prestación de saberes y servicios
profesionales, son el suelo germinal de donde debe arrancar la democracia en
las modernas sociedades industriales y postindustriales. No puede haber “empoderamiento”
de la “gente” si no se empieza por connotarla como “gente trabajadora”, con un
empleo digno o, caso de que este no exista, con derecho reconocido institucionalmente
al tal empleo digno. A partir de esa exigencia seminal, la democracia puede
crecer hacia arriba con la pujanza de un árbol en terreno abonado; con un
amplio margen para extenderse y para ramificarse hasta abarcarlo todo con la
participación de todos. En libertad.
Fue el sueño de
Trentin, y no ha caducado. Está más presente y es más necesario hoy, en 2017,
que cuando él lo formuló con palabras precisas y contundentes como versos, en
Rímini, el 2 de febrero de 1991. Hace veintiséis años, dos meses y dos días.