Josep Ramoneda
recuerda (en elpais) las palabras de Marta Ferrusola, esposa de Jordi Pujol,
cuando Pasqual Maragall, al frente del primer tripartito (PSC, ERC, ICV), ocupó
la presidencia de la Generalitat: Ens han
fet fora de casa, nos han echado de casa.
Aquella primera humillación
fue vivida por el tardopujolismo como un sacrilegio, más que como la derrota
de una opción política. Las esencias sagradas se estremecieron; el pueblo del Patriarca había sido
expulsado con violencia (la violencia de unos votos “foráneos”) de su hábitat
natural; tal y como los mossos desahucian
a un mindundi cualquiera de su vivienda de protección oficial.
Ferrusola profetizó
en otra ocasión, con amargura, la llegada de tiempos difíciles en los que las
torres románicas de las iglesias catalanas serían reconvertidas en minaretes. Hay un fuerte sentido mesiánico en la parábola. Equipara a los catalanes con el Pueblo elegido, que desde el destierro y el oprobio espera llegar algún día a la Tierra prometida. Las vejaciones implícitas a la larga travesía del desierto se resolverán entonces en una nueva Jerusalén en la que manarán ríos de leche y miel (tal vez de mel i mató, más idiosincrásico).
En cualquier caso, ha existido siempre
un fuerte sentido patrimonial, además del religioso, en el nacionalismo catalán. Esta es una tierra de acogida en la que se tolera bien a los
advenedizos (el propio Pujol habló de convertir Catalunya en una gran pista de
aterrizaje para las multinacionales), siempre que paguen puntualmente el
arrendamiento convenido a los amos del lugar.
Y los amos no
cambian. Son, en primerísima fila, unas cuantas familias protagonistas de una
larga saga, promotoras de todo (el comercio, la cultura, la religión, la industria,
los juegos florales) y a las que todo es debido. Existe una jerarquía
espiritual, además de la material, pero ambas están estrechamente unidas. Como
sucedía con el calvinismo, la riqueza es aquí un signo de predestinación.
Ahora el juez De la
Mata sitúa a Marta Ferrusola (Això és una
dona!, la aclamaban sus fieles en un multitudinario homenaje ¿espontáneo?) en el centro del
patrimonio ilegítimo amasado por la familia Pujol. Ella era, al parecer, la que
controlaba la trama. No es una trama espectacular, imposible compararla con los
grandes pelotazos que se generan en la capital del reino, con el palco del Bernabeu como
péndulo de Foucault invisible que recorre sucesivamente todas las posiciones del círculo. Pero este es un país pequeño, ya lo dijo Pep
Guardiola, otro profeta desarmado.
Los Pujol no
formaban parte originaria de la oligarquía de las grandes familias catalanas, pero
para Ferrusola no era concebible que el rango espiritual de su marido en el
país no se viera equiparado y confirmado por una posición similar en el rango
patrimonial. Así fue, al parecer, como empezó a crecer esa burbuja oculta, no
tanto invisible como omitida y sobreentendida, que solo ha reventado cuando se
ha perdido la sintonía sutil de la Catalunya "de siempre" con el poder central.
Y es que las culpas
del enriquecimiento ilícito de los Pujol no son únicamente una cuestión catalana.
También esto lo señala Ramoneda en su artículo.