Javier Aristu nos
hace el regalo de una interpretación ready-made de los resultados de las elecciones
francesas de ayer mismo. Patrick Roger, en Le
Monde, traducido para comodidad nuestra en el blog de referencia En Campo Abierto (1), detecta
una doble fractura en el electorado: desde un punto de vista sociológico, el
voto rural y periurbano va hacia el Frente Nacional de Marine Le Pen, mientras
que en las grandes ciudades Emmanuel Macron consigue sus mejores resultados; desde
el punto de vista geográfico, se detecta una preferencia hacia las posiciones
neoliberales de Macron en las regiones atlánticas, mientras en los
departamentos orientales predomina el voto ultra lepeniano.
El esquema es
interesante, pero no es más que un esquema. Estábamos en la primera vuelta
electoral, no en la segunda. Los candidatos eran más, y Patrick Roger solo
habla de los dos que acceden a una segunda vuelta caracterizada siempre por el
síndrome del mal menor. Es más interesante, creo, ver lo que ha ocurrido con
las dos opciones históricamente preferidas por una ciudadanía famosa por su
racionalidad, su estabilidad y su consecuencia.
El partido socialista
gobernaba hasta ayer, y el movimiento republicano gaullista le disputaba la hegemonía
hasta hace apenas cuatro días. ¿Qué ha sido de ellos? Hamon derrotó en las
primarias a los pesos pesados del socialismo establecido, para luego resultar
que nadie lo quería ni en pintura. Su fracaso y el de Fillon (que había dejado
en la cuneta de las eliminatorias a Sarkozy y Juppé) son a mi entender el dato
más significativo de la jornada: Francia se ha vuelto de espaldas a las sombras
alargadas de De Gaulle y Mitterrand, a una grandeur
impostada, con vocación de mando en el ámbito internacional. Se ha roto de
alguna manera el eje París-Berlín, y esta es otra fractura no mencionada, tal
vez no apreciada, por Roger. El liberalismo de Macron puede ser europeísta (lo
señala Xavier Vidal-Folch en elpais, en un apunte de urgencia que me parece
demasiado alborozado), pero sobre todo se remite al orden mundial de los mercados
financieros y los supertratados comerciales. Macron “es” Unión Europea, pero
tal como funciona ahora la UE, sin ninguna idea anunciada de plantear correcciones
precisas a sus mecanismos de decisión y de gestión de los problemas comunes. También
ha sido el ministro que ha hecho saltar el Code
du Travail francés, en favor de una desestructuración a fondo del mercado laboral.
Su performance electoral
ha sido tan solo levemente superior a la del “insumiso” Jean-Luc Mélenchon, candidato
a contrapelo sobre el que han disparado sus baterías todos los medios informativos
favorables al orden y al statu quo (también en nuestro país). Mélenchon ha
quedado situado en una tercera posición dignísima, pero que lo descarta para el
ballotage. Con todo, conviene no
olvidarles, ni a él ni al bloque de más del 19% de voto popular que lo ha señalado
con sus preferencias. Macron debería negociar aprisa políticas sociales compartidas
con las que asegurar el apoyo táctico de una “indignación” consistente de
izquierda, frente a la marea lepenista. Hillary Clinton cometió el error de
desdeñar lo que representaba Bernie Sanders en su propio partido demócrata, y solo
prestó atención a la aprobación de su programa por parte del establishment
financiero e industrial. Luego sucedió lo que sucedió.