Una vez más, Andrés
Trapiello escribe en tono beligerante sobre Catalunya, en una tribuna de elpais.
Se pregunta por qué hay almas de cántaro que predican que la política de Rajoy
ha creado cientos de miles de independentistas, cuando es historia que eso mismo
no había ocurrido antes con Aznar. Hay una respuesta clara a esa pregunta: es
historia, también, que el mecanismo de reclutamiento de independentistas se
puso en marcha a partir de la sentencia del Tribunal Constitucional que recortó
un estatuto de autonomía que había sido aprobado por las Cortes españolas y tenía
el voto favorable en referéndum (sí, hubo un referéndum legal, entonces) del
pueblo catalán. Fue Rajoy quien utilizó el golpe de baja política de demonizar a los catalanes y sustanciar recurso legal contra decisiones de carácter político y adoptadas con todas las garantías democráticas. Aquello produjo una quiebra de confianza grave, entre el Estado
y una de sus partes. El president Montilla alertó en la ocasión acerca de la “desafección
profunda” que la sentencia iba a generar en los catalanes en relación con
España. Quienes ahora colocan el federalismo y la vuelta al estatuto como
remedios para el malestar palpable, se rieron entonces de Montilla: “¡Sagerao!”,
dijeron, muy seguros de sí mismos.
La aplicación ahora
del artículo 155 de la Constitución para sofocar el desafío –bastante
aguachinado – de la cúpula institucional nacionalista catalana, tal vez no
sería una máquina de fabricar nuevos independentistas, pero sí hundiría los
últimos puentes de diálogo posible (el diálogo efectivo brilla por su ausencia)
en una situación política sumamente delicada.
Porque hay dos
formas distintas de considerar la dinámica funcional de una nación-estado: la
primera, como unidad de destino en lo universal, al modo joseantoniano. Lo cual
incluye la unanimidad forzosa, el ordeno y mando como método privilegiado de
gestión del común, y la guardia vigilante junto a los luceros por los siglos de
los siglos. Creíamos habernos liberado de esa interpretación con la transición
del franquismo a la democracia.
La otra forma es la
expresada, creo, por Ortega: un proyecto sugestivo de vida en común. Analicen
los trapiellos qué sugestión cabe en el proyecto de España que estamos
compartiendo todos velis nolis, y qué
adhesión puede generar en aquellos que hemos visto mutilada nuestra ley
autonómica, nuestro proyecto propio de vida en común, en virtud de altas
entelequias difíciles de entender.
No hay unanimidad
en Catalunya respecto de la solución más adecuada al encaje en España. No la
habrá, a pesar de los pesares, sea cual sea el camino que se tome en esta
coyuntura. La unanimidad, en cualquier caso, no es un desiderátum; es
preferible la unidad alcanzada mediante síntesis de posiciones que eran
diferentes en principio, y seguirán siéndolo - algo menos, tal vez - incluso al final de un largo
diálogo.
Pero si se utiliza
la ruta 155, como proponen hoy muchos trapiellos a coro, movidos por un
sentimiento de nacionalismo puro tan poco respetable como el de la parte
contraria, es conveniente que al menos se tenga conciencia clara de que se
trata de una ruta sin retorno.