A Jordi Mir
Elna (Elne en francés) es una población
rosellonesa, al sudeste de Perpinyà, con una hermosa catedral románico-gótica
que resume en sus torres cuadradas y en su claustro prodigioso muchos siglos de
historia. Fue el lugar elegido por Matisse para instalarse con algunos amigos
pintores para trabajar con criterios nuevos sobre el color, de modo que no es
exagerado llamarla cuna del fauvismo. Y en 1939 una maestra suiza, Elisabeth
Eidenbenz, escogió un edificio semiabandonado de los alrededores, el palacete
de Bardou, para instalar en él una maternidad que ayudara a las mujeres republicanas
españolas refugiadas en los campos
vecinos de Argelers, Saint-Cyprien o Le Barcarès.
El edificio tiene
cuatro plantas, grandes ventanales y una terraza abierta al sur. Allí nacieron
un total de 597 niños entre noviembre de 1939 y la Pascua de 1944, bajo la
protección precaria de la neutralidad suiza primero, y luego de la Cruz Roja internacional.
Fueron en los primeros años bebés españoles, fugitivos de las represalias por
la guerra civil; después judíos, fugitivos del horror nazi. El equipo que les
atendía estaba compuesto por alumnas de la escuela suiza de enfermería y por
voluntarias, tanto de las localidades vecinas como refugiadas de los campos de
concentración. En un pequeño automóvil, apodado Rocinante, Elisabeth en persona recorría la región y brindaba ayuda
a las embarazadas de los campos. En Elna tenían sol, agua abundante, comida
suficiente. Se trabajaban los campos vecinos (hoy hay un alcachofar frente al jardín). Había clases prácticas de cuidado a los bebés; también se cantaba
mucho a coro, según los testimonios de mujeres que estuvieron allí. Todo acabó con la apropiación del
edificio por el ejército alemán, después de varias inspecciones siniestras de
la Gestapo en busca de judíos, a las que Elisabeth Eidenbenz opuso una
resistencia hosca y tozuda.
Muchas mujeres
debieron a Elna y a Elisabeth en aquellos años la vida propia, además de la de
sus hijos. Hoy los 597 nacidos allí están inscritos en una larguísima lista, en
una de las paredes.
La recuperación del
palacete de Bardou y de la memoria de la maternidad son hechos muy recientes.
Carmen y yo habíamos visto una pequeña exposición de fotografías y testimonios
en el museo local de Elna, hace años. Luego fue Jordi Mir, amigo y colega en
aventuras editoriales, quien en una conversación casual me informó de que se
había recuperado el edificio y convertido en un memorial. Hace muy poco vimos
por TV3 una película, La llum d’Elna, dirigida
por Sílvia Quer, y un documental centrado en el reencuentro de mujeres con el
lugar de su maternidad o de su nacimiento.
Hemos aprovechado
una estancia de mi hija y mis nietos griegos para hacer una escapada de dos
días al Rosellón, incluida visita a Elna. Estaban también allí, cuando llegamos,
tres autocares de visitantes que venían de Girona. Mis nietos lo miraron todo
con mucha atención y cara seria. No era una historia feliz, pero sí
aleccionadora. A Mijaíl le costó asimilarla: «Tengo problemas», nos anunció.
Elna manda una
señal fuerte a la Europa triste de los refugiados, de las nuevas barreras y del
racismo. Perpinyà estaba en ascuas por la campaña electoral. Delante del Hôtel
de Ville, junto a la Loge (Lonja)
gótica catalana, vimos los carteles colgados de los candidatos. La foto de Marine
Le Pen estaba rayada y adornada con un epíteto poco amable (grosse pute). Macron también aparecía rayado, pero sin
comentarios. Mélenchon parece bien considerado, a juzgar por lo menos por las
listas del FNAC, en las que su libro-programa figura con el número 2 entre los
más vendidos de no ficción.
Pero en Francia,
como en Europa, todo está aún por decidir. La silueta casi futurista del
palacete de Bardou podría ser un símbolo de lo que muchos queremos para
Catalunya, para España, para Francia, para Europa.