2016 ha sido un año
magnífico sobre el papel para la economía española. Se crearon más de cien mil
empresas, por primera vez en la historia del país, y se cerró el ejercicio sin rebasar
el déficit previsto, por primera vez en la historia del presente gobierno. He
dicho antes “sobre el papel”. Conviene retener el matiz, porque vistos de esa
manera los datos ofrecen disparidades sorprendentes con lo que se manifiesta en
la prosa cotidiana.
Crear una empresa es
en muchos casos un expediente sugerido desde una asesoría de negocios para reconvertir
los tipos impositivos previstos para las personas físicas en los que rigen en
el impuesto de sociedades, mucho más benévolos. Ocurre así porque en política
fiscal se parte de la suposición de que el objeto de las empresas es dar empleo
a personas, pero nadie pondría la mano en el fuego porque tal suposición se
cumpla ni siquiera en el 50% de los casos.
De otro lado, la cuadratura de
los presupuestos generales del estado se ha realizado mediante un vistoso artificio
de quita y pon. La recaudación fiscal creció de forma repentina un 8% en el mes
de enero, y un 5,8% en febrero, lo estrictamente justo para contener el déficit
en los términos exigidos por Bruselas: 4,33%. Detrás de ese incremento, sin
embargo, se detecta alguna “anomalía”, según reconoce el propio ministerio de
Hacienda. La anomalía parece consistir (cito a Santiago Carcar en “bez”) en que
dos empresas, dos grandes bancos, han cotizado a Hacienda de más,
considerablemente de más, por “error”; en un caso en las retenciones del
capital mobiliario, en el otro en el IVA. El montante de lo cotizado “erróneamente”,
cerca de 1.500 millones de euros, ha cuadrado el déficit pero será devuelto, una
vez se haya comprobado el “error”, a las empresas. O, más bien, se rectificarán
los asientos contables, porque el dinero físico, el cash, no se ha movido en
ningún momento de su lugar en las cajas acorazadas de las entidades. El déficit
ascenderá entonces a lo que ascienda, pero desde Bruselas ya no darán más la
lata hasta ver lo que ocurre con el cierre del siguiente ejercicio.
En ambos asuntos ha
habido una dosis considerable de “posverdad”. No estamos entonces en un
crecimiento económico de verdad, sino de posverdad. Se demuestra con números que
la economía ha crecido, pero se disimula “cómo” y en qué parámetros precisos ha crecido la
economía. Se sigue sosteniendo como si fuera una verdad absoluta que, con el
aumento del pastel, también los peor situados acabarán por recibir las migajas
que caen de la mesa del banquete. Pero no va a ser así necesariamente; hay
muchos expertos en absorber todas las migajas esparcidas en el mantel, sin
dejar que caiga al suelo siquiera una.
Veamos otro caso. Según
las estadísticas facilitadas por el Sepe (Servicio Público Estatal de Empleo),
se han formalizado en 2016 un total de 19.978.954 contratos de trabajo, aunque
solo se ha contratado a 7.053.023 personas. Eso quiere decir que la rotación en
el empleo se ha situado en un 2,83. A cada trabajador realmente empleado le han
correspondido 2,83 contratos en este año. En 2015 fueron 2,75; en 2012, 2,38.
La anomalía no se corrige, sino que se incrementa.
Un 27,9% de esos
siete millones de nuevos empleados suscribieron a lo largo del año pasado tres
o más contratos de trabajo; un 2% de ellos (141.248 personas) llegaron a
suscribir la cifra desoladora de quince contratos o más; uno cada veintipocos
días. No crece la economía entonces, sino su impulso rotatorio. El bucle. La
locomotora real del empleo es la velocidad con la que se hacen y se deshacen
los contratos. Los números hablan de una prosperidad creciente; la realidad, de
un deterioro de las condiciones de empleo. Tanto en el caso de los nuevos
empleados, como en el de los que han conservado su puesto durante la crisis, pero han
visto menguar su poder adquisitivo, incrementarse la jornada, disminuir los
descansos, aumentar los ritmos. Puntualizando, Borja Suárez, profesor de
Derecho del Trabajo en la UAM, señala que las dos palancas que han impulsado la
“recuperación” económica han sido el uso fraudulento generalizado de la contratación
temporal, y la utilización abusiva del despido.
No parece deducirse
de todo ello que nos espere un gran porvenir, pero el ministro Montoro es un
crack en las operaciones de maquillaje y efectos especiales. Seremos el La La
Land del mundo.