No hace tanto que
los representantes sindicales de los astilleros gaditanos de Navantia
defendieron con alboroto el contrato con Arabia Saudí para la construcción de
unas corbetas, en cuyo contrato se incluía la venta de unos misiles de guiado
láser propiedad del Ejército de Tierra. Se dijo entonces de todo al nuevo
gobierno socialista por sus reparos éticos, contradictorios con la filosofía suprema de la
defensa de los puestos de trabajo. El PP reprochó a la ministra de Defensa Margarita
Robles que “jugara con el futuro de Navantia”; el gobierno en peso acabó
por apoyar la transacción, la portavoz Celáa explicó que se trataba de armas de
una gran precisión que “no se iban a equivocar” matando yemeníes, y el ministro
de Exteriores Borrell remachó que ese tipo de armas no tienen efectos
colaterales y además el contrato prohibía al comprador utilizar los misiles en
territorio extranjero. Luego ha saltado a las páginas de los periódicos el
descuartizamiento en vivo del periodista “disidente” Jamal Khashoggi en el
consulado saudí en Estambul, que viene a mostrar de qué pasta está hecha la
segunda parte contratante y sus escasos escrúpulos en cuanto a actuar ilegalmente en el extranjero.
Hoy es Alcoa la que
pone en cuestión la continuidad de dos plantas de producción con un pretexto
tramposo, el precio excesivo de la energía, cuya factura la están pagando en
realidad los contribuyentes. No es nueva la amenaza de deslocalización de las
plantas de A Coruña y Avilés; ya ha habido episodios anteriores de chantaje al
Estado, mansamente encajados por anteriores ejecutivos. A pesar de lo cual, de
nuevo la plantilla hace piña con la dirección y solo ve una salida al
conflicto: que el gobierno ceda en todo, una vez más, a las pretensiones de la
empresa, y así se “salven” (¿por cuánto tiempo aún?) los puestos de trabajo.
No tengo una
política alternativa que proponer para ambos casos, lo aviso. Las soberanías nominales
están trufadas de dependencia real en el mundo en que vivimos. Existe una
subordinación evidente de los Estados no muy grandes ni muy ricos como el
nuestro (incluso de los que son más grandes y más ricos que el nuestro), en
relación con el comportamiento inflexible, impredecible y caprichoso de los
flujos transnacionales de capital. Es poco lo que se puede hacer en este
sentido.
Hay que intentarlo,
sin embargo. La negociación a tres bandas, en casos como estos, debería tener
en cuenta más variables dependientes de las que se barajan. La defensa de los
puestos de trabajo es muy importante, pero no ha de estar por encima de cualquier otra
consideración. De la misma forma que defendemos un salario y unas condiciones
de trabajo “decentes”, tendríamos que obligar a las empresas a un control mayor
de decencia en cuanto al uso dado a aquello que fabrican, y a la perfecta
transparencia de todas las cláusulas de sus contratos, en la medida en que algunas
puedan ir en perjuicio de terceros.
Me hace daño, en particular,
la actitud de los sindicatos de las dos empresas citadas, al colocarse sin
reservas del lado del patrón como la “voz de su amo”, ciega a todo conflicto de
legitimidades que vaya más allá de la seguridad vicaria de su pan para hoy. Es
la filosofía del “mandao”: que se apañen ellos con las cuestiones políticas, a mí
lo único que me interesa es la paga puntual a fin de mes.
Quizá viene a
cuento en este punto una anotación de Bruno Trentin en sus Diarios, disponibles
ahora en castellano bajo el título La
utopía cotidiana (El Viejo Topo 2018. Selección, traducción y notas de
Javier Aristu y el arriba firmante). Corresponde la anotación al 2 de abril de 1992
(pág. 111), y señala de forma escueta que ha obligado a la sección sindical de
la CGIL en el Banco de Italia a romper con el sindicato autónomo de empresa, «para poner al descubierto ─si lo consigo─
el comportamiento ambiguo de los dirigentes del Banco.»
Y añade Trentin esta
nota, no por apresurada menos significativa: «No tengo dudas ni remordimientos. Se trata de sacar a la luz la matriz
no solo corporativa sino clientelar y subalterna de todas las formas de
sindicalismo de empresa, y su vocación fundamentalmente autoritaria.»