Hace unos días
publiqué en esta página un esbozo de reflexión sobre el comportamiento “servicial”
de determinadas izquierdas hacia propuestas políticas y sociales abiertamente
contrarias a sus ideas e incluso a sus intereses. Titulé aquello “La izquierda
subalterna” (1).
En Cataluña ha sido
clamorosa la subalternidad de la CUP respecto de la coalición nacionalista ampliamente
burguesa y liberal que comanda el asunto del independentismo. La intención
proclamada de los cupaires es “ajustar cuentas” una vez se haya consolidado la
futura república virtual, cuya consolidación ven como un avance objetivo. Es decir, que el fundamento de la praxis política de
hoy mismo es la esperanza de poder revertir más adelante, en el caso aleatorio
de una situación objetiva favorable, la (abrumadora) correlación contraria de
fuerzas en el interior del bloque al que se adscribe “tácticamente” la
organización.
Catalunya en Comú
está siguiendo el mismo camino, al apuntalar en el Parlament la opción
independentista en el momento en que se desflecaba. En ese camino ha encontrado
un expediente extravagante y extemporáneo, la votación de reprobación del rey
Felipe VI, en un intento de aglutinar fuerzas dispares para conseguir objetivos
muy diferentes, pero no contradictorios en principio.
Está claro que la
reprobación del rey y, más allá del rey actual, de la monarquía como
institución, es un sentimiento ampliamente compartido por sectores
transversales de la ciudadanía catalana. No menos claro está que la iniciativa
de C en C no se dirige a promover ningún cambio constitucional, para el que no
se cuenta ni con mayoría suficiente ni siquiera con algún apoyo exterior claro,
sino que tiene su clave en lo que llamaríamos el “campanario”: la política
pequeña. Se refuerza al Govern unilateralista de Quim Torra en un momento de tribulación, con una votación
puramente simbólica que le devuelve la mayoría perdida, y se alarga la mano para recibir a cambio el
favor que se anhela en el Ayuntamiento de Barcelona. Do ut des, hoy por ti mañana por mí.
Mala señal. Si se sigue
el camino de comprometer el presente a cambio de un futuro ilusorio, el pantanal en el que está sumergida la autonomía catalana va a
ensancharse y profundizarse. Quienes deberían tirar del carro para desatascarlo, han
empujado para hundirlo un poco más. El “caos bajo los cielos” del Gran Timonel
Mao les ha parecido una ocasión pintiparada para medrar. La superioridad moral
de la izquierda, teorizada por Ignacio Sánchez-Cuenca en un libro reciente, ha
brillado por su ausencia. La ética se retira por el foro, y avanza hacia el
proscenio el cabildeo como nuevo coprotagonista de la función.
El resultado feliz
o desafortunado de esta operación encubierta de baja política se verá en pocos
meses. Les emplazo a todos ustedes, queridos lectores, a examinar juntos desde
esta bitácora los resultados de las próximas convocatorias electorales.