No lo entiendo. Si
la prensa diaria no miente, las portavoces de Catalunya en Comú en el Parlament
catalán, Jessica Albiach y Elisenda Alamany, han ofrecido al tambaleante Govern de
Quim Torra apoyar su proyecto de presupuestos con el fin de “contribuir a la
estabilidad”. Lo han hecho en el momento en el que Torra ha quedado en minoría
en tres votaciones simbólicas del Parlament. Simbólicas, todo hay que decirlo,
porque desde la intemerata no ha habido una sola propuesta del Govern vicario que
no girara en torno a cuestiones de este tipo, sin trascendencia para las cosas
de comer.
El president ha agradecido
el gesto a las Comuns, no sin afearles antes que no recalcaran en su oferta la
existencia de presos políticos en el país, más el floreo añadido de
insistir en la necesidad de recuperar el “espíritu del 1-O”, lo más grande que
según él ha ocurrido en el país en muchos años.
¿De qué estabilidad
hablamos entonces, de la del unilateralismo a palo seco? ¿Y por qué hay que salvaguardarla?
¿Qué rara virtud, que yo desconozco, tiene la estabilidad por la estabilidad, el
apoyo a la permanencia precaria de una política construida sobre el fake, la benevolente luz verde a una
tozuda negativa a rectificar?
Si la clave está en
los apuros de la alcaldesa Colau para conseguir pasar los presupuestos de
Barcelona, ese objetivo apenas tiene recorrido. La batalla de las municipales va
a ser despiadada y el unilateralismo solo apoyará las cuentas de la Casa Gran a
cambio de una previa rendición incondicional de la alcaldesa a la “causa”.
Porque no son la independencia ni la república los objetivos reales de este
juego de tronos, sino el poder descarnado por el poder. Y la ciudad de
Barcelona es en este sentido el bocado más exquisito que queda por repartir.
Mientras, Ernest
Maragall, del que se habla como candidato de la unilateralidad a la alcaldía
para los comicios que están ya a la vuelta de la esquina, acusa a Josep Borrell
en carta abierta de “romper el clima de diálogo” entre la Generalitat y el
Estado. Simultáneamente, Torra declara que “el crédito de Sánchez se ha acabado”,
y renueva su ultimátum al gobierno central. Bonito ejemplo de clima de diálogo. Maragall recrimina
en su carta a Borrell que no invitara a Torra al foro internacional de la Unión por el
Mediterráneo, cuando Torra brilló hace pocos días por su ausencia en una
reunión de las autonomías implicadas en el corredor mediterráneo, a la que
estaba oficialmente invitado. ¿Por qué se queja Maragall, entonces? ¿Y de qué se queja,
exactamente?
No entiendo la lógica de todos estos volatines arbitrarios con red. No entiendo, sobre todo, que las Comuns ofrezcan un pacto de estabilidad a la incoherencia y
a la inconsistencia, cuando nada ni nadie les obligaba a hacerlo.