Carmelina delante de otra estructura onírica de un carácter distinto: el relieve de la puerta estrecha, en la capilla superior del palacio de los Reyes de Mallorca, en Perpinyà 2014.
«La televisión y
las consolas están bien, pero La isla del
tesoro es un festín en todos los sentidos.» Lo afirma Gregorio Luri, filósofo,
educador (maestro de escuela, se titula él mismo) y gran lector, en una aparición
insólita en elpais.
Guardo entre mis
papeles un mapa de la Isla. Es un mapa ficticio, claro, porque la isla en sí es
ficción; pero contiene todos los pormenores descritos detalladamente en la
novela, e incluso una cruz en el lugar en el que el capitán Flint enterró el “cofre
del muerto”, así llamado porque Flint dio muerte al hombre que le ayudó a cavar, y dejó su esqueleto vigilando el tesoro.
En La isla del tesoro no hay caracteres femeninos,
con la excepción de la madre de Jim Hawkins, mesonera de la posada del
Almirante Benbow, que en los primeros capítulos tiene problemas con un huésped
borracho y peleón, un marinero. A lo largo de toda la aventura consiguiente, el
llamado bello sexo desaparece por completo. Tal circunstancia podría hacer pensar que
se trata de un libro para chicos, y no para chicas. El caso es que unos y otras
disfrutan por igual de su lectura. Mi hija lo recomendó a mi nieta Carmelina, que
le pedía algún libro interesante pensando más bien en algo así como “Quinto
curso en Torres de Mallory” de Enid Blyton. “Prueba con este”. A Carmelina le
pareció muy fuerte la recomendación: “¡Pero mamá! ¡Es un libro de piratas!” “Lee la primera página, y si
no te apetece seguir, buscamos otro.”
Carmelina leyó la
primera página y luego todas las demás, sin parar. Robert Louis Stevenson tiene
algún poder hipnótico en ese sentido. Sus historias conectan sin dificultad con
nuestro inconsciente y dan forma a muchos sueños nuestros no expresados.
La Isla. Otro
escritor británico, James Matthew Barrie, la utilizó años después en su
historia de Peter Pan, convirtiéndola en la tierra de Nunca Jamás. Había en
ella también piratas, mandados por un capitán siniestro (Hook, el Garfio) directamente
derivado de Flint, y luego indios, sirenas, hadas y niños perdidos. Un esfuerzo
encomiable de imaginación, pero que quedó muy por debajo del primer arquetipo
de la Isla, sin mencionar la destacada ausencia del pirata de la pata de palo,
Long John Silver, y del loro que, encaramado a su hombro, chamullaba sin parar “¡Escudos
de oro!” con la voz del mismísimo Flint.
Cabe la posibilidad
de que más personas de las debidas hayan quedado fascinadas por una Isla hecha
de la sustancia de la que están hechos los sueños. Así parece creerlo el
historiador John H. Elliott, que afirma en la presentación de su último libro, Escoceses y catalanes: «El principal
error de los independentistas catalanes ha sido asumir que la independencia era
posible en el siglo XXI, vivir en una realidad virtual.»