«No se equivoque de
aliados», ha sido la recomendación de Pablo Iglesias a Pedro Sánchez, cuando
este ha tendido la mano a los líderes de PP y C’s para pactar las cuentas del
Estado en el caso de que renuncien al intento de bloqueo parlamentario desde el
Senado.
Iglesias se
equivoca, los presupuestos no se pactan con los aliados políticos únicamente. Se
pactan con quien sea necesario, porque los presupuestos son siempre un
instrumento necesario. Así de rotundo. La primera regla de la política es (o debería
ser) que con las cosas de comer no se juega a las hazañas bélicas.
Conviene
distinguir, entonces, las alianzas de los consensos. Las alianzas permiten
generar plataformas estables para perseguir unos objetivos que inciden en conflictos
de intereses y de voluntades, solucionables necesariamente mediante un decantamiento
mayoritario por una u otra opción. Los consensos, en cambio, son la esencia de
la democracia, en la medida en que constituyen el esfuerzo de todas las partes
en presencia por encontrar un punto de equilibrio en torno a algo que es
aceptable para el común; algo situado en un lugar aparte y más elevado, en
relación con la refriega política diaria.
La reacción de los dos
grandes grupos de la derecha a la llamada a la negociación no ha sido alentadora.
Leo en elpais que «Pablo Casado ha sentenciado que Pedro Sánchez
ha roto con la Constitución, y Rivera le ha adjudicado tener ya pactados los
indultos de los independentistas catalanes porque “no tiene escrúpulos”»
(crónica de Anabel Díez). Los dos prohombres descartan de plano negociar las
cuentas del Gobierno, y además ambos quieren chillar más que el otro, y asumen
remilgos de solterona respecto de cualquier propuesta que insinúe un
entendimiento incluso mínimo con el energúmeno que se ha conchabado con el
golpismo y la secesión para hundir a España.
Son Casado y Rivera,
no Sánchez, los que se equivocan en la elección de aliados. Sánchez convoca a
consenso; los otros dos se alejan del centro en busca de aventuras por el
espacio ultra. Quieren atraer a la clientela de Vox, nada menos. Y no son
capaces de entenderse por una desconfianza recíproca, empeñados ambos como
están en dos operaciones simultáneas, ambas de escaso recorrido. La primera, el
intento de acoso y derribo del gobierno, mediante la descalificación caprichosa
─todo vale─ de cualquiera de sus componentes, y en particular de su presidente.
La segunda, la disputa por los votos del ya esquilmado caladero ultra, a base
de exhibiciones de banderas rojigualdas y de propuestas punitivas siniestras.
De ese modo van
exhibiendo por la piel de toro (ahora toca Andalucía) lo que el poeta llamó “la
soledad de dos en compañía”. Su gesticulación exagerada es idéntica; la caja de
los truenos que los dos destapan con fruición es muy parecida.
En lugar de fiar tanto
en su respectivo carisma personal, deberían tratar de construir una opción de
centro-derecha sensata, dialogante, leal como por antonomasia se definen las
oposiciones en democracia. Y en cuanto a los presupuestos para el año próximo, les
convendría hacer caso de la mano tendida de Pedro Sánchez, y negociar. Las
ventajas que puedan conseguir para los españoles a los que tanto quieren les
valdrán más votos que esta estúpida danza propiciatoria de los espíritus, a la
que se entregan pintados con colores de guerra.