sábado, 13 de octubre de 2018

POLÍTICA ASPIRACIONAL


            Bled, Eslovenia. El lago glaciar y la isla. (Foto: Mª Antonia Carrera)
De unos años a esta parte se viene argumentando en distintos foros que el problema de las izquierdas políticas es su incapacidad para desarrollar un proyecto atractivo en una sociedad en la que los valores colectivos retroceden mientras tienen cada vez mayor importancia las “aspiraciones” individuales. Los trabajadores, afirman esas voces, no votan a quienes defienden a su clase, sino a quienes proponen los valores dominantes de la clase a la que ellos, los trabajadores, “aspiran” a pertenecer.
Se trata de un sofisma, evidentemente. De un sofisma tan repetido que acaba por teñirse con los colores de una verdad. Hay muchas cosas que decir al respecto.
El primer reparo es la utilización de un concepto reducido y falseado de la “clase”, y la identificación de las izquierdas con la historia ya obsoleta de “la fábrica para el que la trabaja”. Los modos y las costumbres de la fábrica no los establecieron bajo el modo de producción fordista los obreros, sino los capataces y los cronometradores, adscritos a las clases medias; y la taberna, más la vivienda barata de protección oficial en los guetos de los barrios obreros, no han sido nunca un valor proletario positivo. Nunca. Por consiguiente, tampoco en la época en la que los partidos de la izquierda eran votados masivamente y formaban gobiernos ampliamente reconocidos por “los de abajo”.
El dato importante es que en aquellos años funcionaba el ascensor social. De forma sin duda algo renqueante, pero funcionaba. El trabajo en la fábrica era un sacrificio ímprobo y una esclavitud de por vida, pero era asumido con alegría, o por lo menos con conformidad, debido a la protección social algo deficiente sin duda, pero eficaz; a la pensión decente que aguardaba al final del camino, y a la esperanza (la “aspiración”) a una vida mejor para los hijos a los que se costeaban, merced a un ahorro penoso, estudios promisorios (abogacía, medicina, ciencias económicas).
El ascensor social está bloqueado y los indicadores señalan que la vida va a empeorar para las generaciones venideras, en el mundo de ahora mismo que algunos llaman de la “posmodernidad”, otro sofisma. Las formaciones políticas de izquierdas no han dejado de aspirar. Ocurre que en muchos casos (me remito a mis posts anteriores en esta pequeña secuencia de reflexiones), la aspiración que reflejan está subordinada a los vientos y las tendencias dominantes, y expresa o bien un rechazo tajante (ese mundo no es el nuestro) que pocas adhesiones está en condiciones de convocar; o bien, y este es el caso más frecuente, un seguidismo condicionado, un “sí, pero…”, en relación a lo que dictan las clases dominantes. El electorado no sigue ni una ni otra línea. En el primer caso porque significaría dejar de aspirar a mejorar; en el segundo, porque prefiere creer en milagros que sujetarse a componendas.
¿Cuál sería, entonces, el término medio justo? Entiendo que aquel que fuera verosímilmente capaz de desbloquear el ascensor parado desde hace muchos años en la planta sótano. Un proyecto de transformación social, bien planteado y argumentado, que supusiera algunas (pocas, imprescindibles) reformas estructurales de fondo, y planteara para abrir boca mejoras tangibles, bien medidas, bien dirigidas.
Recurro a dos autoridades al respecto. Hace algún tiempo Owen Jones publicó en Class un artículo sobre la aspiración como valor de izquierda. Es un bonito texto, publicado en castellano con traducción mía (1). Señala un camino, en su caso para Gran Bretaña, pero fácilmente exportable. La otra autoridad es el sociólogo Mark Lilla, que en un libro recientemente publicado en España (2), hace la siguiente afirmación (p. 107) «Estamos gobernados por partidos que ya no saben lo que quieren en un sentido amplio, solo lo que no quieren en un sentido menor.»
No cabe definición mejor del sempiterno atasco de las izquierdas. Por esa razón también, me uno a las numerosas voces que se han alzado desde nuestro territorio común para celebrar el recentísimo pacto entre el PSOE y Podemos, tendente a configurar unos presupuestos del Estado de mayor contenido social, capaces de remover algunos obstáculos de primer orden, y de “dar trigo” además de las promesas de costumbre.
 


 (2) M. Lilla, El regreso liberal, Debate 2018. Trad. de Daniel Gascón.