martes, 30 de octubre de 2018

LA METÁFORA DEL FRACKING

Pausa de media mañana en los Diálogos de la Cartuja. En primer término, dos belicosos participantes en el encuentro. «Como aparezca por aquí el Fraquin ese, nos va a oír», declararon en exclusiva mundial para Punto y Contrapunto.

El periodista Enric Juliana, subdirector de La Vanguardia, utilizó en los diálogos de la Cartuja de Sevilla la metáfora del fracking (fractura hidráulica en la extracción de hidrocarburos y gas) para explicar una de las características de la economía neoliberal. El truco consiste en inyectar presión a las estructuras más íntimas, resilientes, asentadas y consolidadas que componen el entramado social, y de ese modo fragmentarlas y quebrarlas para liberar una energía valiosa disponible para su comercialización inmediata.
Se trata, por consiguiente, de una técnica extractiva, aunque creo (no soy un experto) que no entra en la gama de las descritas por Daron Acemoglu. Supone una última vuelta de tuerca a una técnica bien conocida desde la época colonial. Antes se extraía la riqueza (mineral, vegetal, animal, humana) de un territorio, expropiando de ella a los nativos en beneficio de unas elites en parte locales y en parte procedentes de las metrópolis que dirigían a su antojo el curso de los acontecimientos.
Ahora lo que se extrae no es la riqueza, sino la pobreza. Para ser más exactos, la protección a la pobreza, las instituciones del Estado providencia. A partir de la exacerbación de la desigualdad y del desamparo a los débiles, se extraen cantidades prodigiosas de “energía” que va a incrementar unos procesos de acumulación canalizados hacia sectores reducidos de privilegiados. Es el fracking practicado con la privatización mercenaria de bienes tan públicos como son la salud y la educación, con la especulación sobre la vivienda, con los desvíos de las cotizaciones a la seguridad social, con la gran orgía bancaria de los fondos de pensiones. Con las necesidades últimas, urgentes, decisivas, de sectores de la ciudadanía cada vez más amplios que necesitan ayuda y protección para subsistir, porque han dado ya al Estado y a la Hacienda todo lo que podían dar de sí mismos, y no les basta.
En teoría el Estado es un instrumento de redistribución, y el funcionamiento social de las instituciones asegura la solidaridad hacia dentro y hacia fuera de una comunidad determinada. Pero son esas instituciones las que está rompiendo la presión sistemática del fracking practicado por entidades que proclaman que la sociedad no existe, sino solo la individualidad; que el trabajo subordinado no existe, sino solo la economía colaborativa, el autoemprendimiento y la alegría aventurera de las startups. Que el Estado no tiene deudas para con sus ciudadanos, sino solo con el omnímodo mercado financiero global.
Los ciudadanos estamos en una situación crítica, entonces. No es un hecho nuevo, sin embargo, y no hay que tenerle más miedo del necesario. La sociedad siempre ha sido más fuerte que el individuo (por esa razón estamos aún aquí), y volverá a serlo. Los profetas que proclaman el fin de la Historia serán desbordados por gentes, hermanas y hermanos nuestros, llegadas desde todas las direcciones de la rosa de los vientos en reclamación urgente de un lugar nuevo en una Historia aún no escrita y de un lugar propio en un mundo que les niega.
Es cuestión de trabajar (palabra clave) por el cambio de sentido de la política y de la economía. De trabajar desde arriba, desde luego, sin pausa; pero sobre todo, de trabajar desde abajo.