Pausa de media mañana en los Diálogos de la Cartuja. En primer término, dos belicosos participantes en el encuentro. «Como aparezca por aquí el Fraquin ese, nos va a oír», declararon en exclusiva mundial para Punto y Contrapunto.
El periodista Enric
Juliana, subdirector de La Vanguardia,
utilizó en los diálogos de la Cartuja de Sevilla la metáfora del fracking (fractura hidráulica en la
extracción de hidrocarburos y gas) para explicar una de las características de la
economía neoliberal. El truco consiste en inyectar presión a las estructuras más
íntimas, resilientes, asentadas y consolidadas que componen el entramado social, y
de ese modo fragmentarlas y quebrarlas para liberar una energía valiosa disponible
para su comercialización inmediata.
Se trata, por
consiguiente, de una técnica extractiva, aunque creo (no soy un experto) que no
entra en la gama de las descritas por Daron Acemoglu. Supone una última vuelta
de tuerca a una técnica bien conocida desde la época colonial. Antes se extraía
la riqueza (mineral, vegetal, animal, humana) de un territorio, expropiando de ella
a los nativos en beneficio de unas elites en parte locales y en parte
procedentes de las metrópolis que dirigían a su antojo el curso de los
acontecimientos.
Ahora lo que se
extrae no es la riqueza, sino la pobreza. Para ser más exactos, la protección a
la pobreza, las instituciones del Estado providencia. A partir de la
exacerbación de la desigualdad y del desamparo a los débiles, se extraen
cantidades prodigiosas de “energía” que va a incrementar unos procesos de
acumulación canalizados hacia sectores reducidos de privilegiados. Es el fracking practicado con la privatización
mercenaria de bienes tan públicos como son la salud y la educación, con la especulación
sobre la vivienda, con los desvíos de las cotizaciones a la seguridad social,
con la gran orgía bancaria de los fondos de pensiones. Con las necesidades
últimas, urgentes, decisivas, de sectores de la ciudadanía cada vez más amplios
que necesitan ayuda y protección para subsistir, porque han dado ya al Estado y
a la Hacienda todo lo que podían dar de sí mismos, y no les basta.
En teoría el Estado
es un instrumento de redistribución, y el funcionamiento social de las
instituciones asegura la solidaridad hacia dentro y hacia fuera de una
comunidad determinada. Pero son esas instituciones las que está rompiendo la
presión sistemática del fracking practicado
por entidades que proclaman que la sociedad no existe, sino solo la
individualidad; que el trabajo subordinado no existe, sino solo la economía
colaborativa, el autoemprendimiento y la alegría aventurera de las startups. Que el Estado no tiene deudas para
con sus ciudadanos, sino solo con el omnímodo mercado financiero global.
Los ciudadanos estamos
en una situación crítica, entonces. No es un hecho nuevo, sin embargo, y no hay
que tenerle más miedo del necesario. La sociedad siempre ha sido más fuerte que
el individuo (por esa razón estamos aún aquí), y volverá a serlo. Los profetas
que proclaman el fin de la Historia serán desbordados por gentes, hermanas y
hermanos nuestros, llegadas desde todas las direcciones de la rosa de los vientos
en reclamación urgente de un lugar nuevo en una Historia aún no escrita y de un
lugar propio en un mundo que les niega.
Es cuestión de
trabajar (palabra clave) por el cambio de sentido de la política y de la
economía. De trabajar desde arriba, desde luego, sin pausa; pero sobre todo, de
trabajar desde abajo.