La Regio V era el sector de la ciudad de
Pompeya comprendido entre la vía del Vesubio como límite occidental, que corría
en dirección sur-norte hasta desembocar en la puerta del Vesubio abierta en la
muralla; y como límite meridional el decumano norte de la ciudad, llamado vía de
Nola en ese tramo, y vía de la Fortuna o vía de las Termas en sus porciones más
occidentales. El límite con la Regio VI, situada
al este, es aún impreciso porque toda esa parte de la ciudad está por
excavar.
Las obras
actualmente en curso en la Regio V han
sacado a la luz restos arqueológicos importantísimos, y además, hace pocos
días, uno materialmente insignificante pero que constituye una prueba decisiva
acerca de la fecha real de la erupción del Vesubio que arrasó la ciudad el año
79 de nuestra era. Se trata de un mero apunte al carboncillo hecho por algún
obrero sobre la pared exterior de una casa en construcción; pero contiene una
fecha tan significativa para los investigadores como la cuestión crucial de la
coartada en un caso policial. La nota está fechada en el día decimosexto antes
de las calendas de noviembre del año 79; en la cuenta actual, el 17 de octubre.
Según las suposiciones más generalmente aceptadas hasta ahora, Pompeya llevaba en
ese día cerca de dos meses sepultada bajo la lava.
La fecha del 24 de
agosto para la erupción era la consignada en una carta de Plinio el Joven a
Tácito. Este se había interesado por las circunstancias del fallecimiento del
tío de aquel, Caius Plinius Caecilius Secundus o Plinio el Viejo, naturalista,
escritor y almirante de la escuadra de guerra anclada en el puerto de Miseno.
Plinio el Viejo encontró la muerte cuando intentaba socorrer con sus barcos a los supervivientes
de la catástrofe.
El documento,
conservado en el folio 87 del códice Laurenziano Mediceo en la Biblioteca
Vaticana, no es sin embargo el original de la carta del joven Plinio sino una copia
medieval. La fecha indicada es “nueve días antes de las calendas de setiembre”.
En otra copia de la misma carta se lee Novembres
en lugar de Septembres, pero los historiadores
prefirieron dar por buena la primera fecha por ser la copia más antigua. Cualquiera
de los dos copistas, sin embargo, había podido tener una distracción, un error
humano. Quienes caligrafiaban
manuscritos antiguos en el Medievo no eran especialistas en historia o en filología,
sino monjes sencillos que seguían la regla de San Benito, Ora et labora, y dedicaban una parte de su tiempo canónico a tales
tareas, sin plantearse disquisiciones eruditas acerca de aquello que copiaban.
Antes del actualísimo
descubrimiento de la inscripción, muchos expertos se inclinaban ya por la fecha
otoñal de la erupción, el 24 de octubre. Se habían encontrado braseros en las habitaciones
de las casas, y frutas otoñales en las despensas: castañas, nueces. Las dolia, grandes tinajas de barro en las
que se guardaba el vino, de algunas factorías agrícolas como la Villa Regina de
Boscoreale, estaban cerradas y selladas debajo de la capa de lava, lapilli y
cenizas; eso quería decir, más allá de cualquier duda razonable, que la
vendimia ya había tenido lugar cuando el volcán las enterró. El primer erudito
probablemente en apuntar en esa dirección fue el obispo y filólogo napolitano
Carlo Maria Rosini, que descubrió en un texto de Dion Casio una mención a la
catástrofe pompeyana, ocurrida según el historiador romano “en los meses del
frío”.
Todos estos indicios
previos, y algunos más, los encuentro en el libro del arqueólogo Alberto Angela
I tre giorni de Pompei (Rizzoli,
Milán 2014). Angela escribe desde el convencimiento sobre la hipótesis otoñal.
El indicio más curioso que relata, aunque su valor probatorio no es decisivo
como él mismo reconoce, es el hallazgo de huesos de ovejas junto a un altar de
un recinto en el Foro dedicado al culto imperial. El emperador, desde el mes de
junio del mismo año 79, era Domiciano, y justamente cumplía años el día 24 de
octubre, el mismo en el que habría tenido lugar la gran explosión. Las ovejas
estarían atadas en aquel lugar para ser sacrificadas en una ceremonia que nunca
llegó a celebrarse.
En la última página
de su libro Angela escribe respecto de la fecha de la erupción la siguiente
frase premonitoria: «Quizá la prueba definitiva, clara e inequívoca, sigue
esperándonos escondida en alguna parte.»