jueves, 18 de octubre de 2018

POMPEYA DESAPARECIÓ EN OCTUBRE


La Regio V era el sector de la ciudad de Pompeya comprendido entre la vía del Vesubio como límite occidental, que corría en dirección sur-norte hasta desembocar en la puerta del Vesubio abierta en la muralla; y como límite meridional el decumano norte de la ciudad, llamado vía de Nola en ese tramo, y vía de la Fortuna o vía de las Termas en sus porciones más occidentales. El límite con la Regio VI, situada al este, es aún impreciso porque toda esa parte de la ciudad está por excavar.
Las obras actualmente en curso en la Regio V han sacado a la luz restos arqueológicos importantísimos, y además, hace pocos días, uno materialmente insignificante pero que constituye una prueba decisiva acerca de la fecha real de la erupción del Vesubio que arrasó la ciudad el año 79 de nuestra era. Se trata de un mero apunte al carboncillo hecho por algún obrero sobre la pared exterior de una casa en construcción; pero contiene una fecha tan significativa para los investigadores como la cuestión crucial de la coartada en un caso policial. La nota está fechada en el día decimosexto antes de las calendas de noviembre del año 79; en la cuenta actual, el 17 de octubre. Según las suposiciones más generalmente aceptadas hasta ahora, Pompeya llevaba en ese día cerca de dos meses sepultada bajo la lava.
La fecha del 24 de agosto para la erupción era la consignada en una carta de Plinio el Joven a Tácito. Este se había interesado por las circunstancias del fallecimiento del tío de aquel, Caius Plinius Caecilius Secundus o Plinio el Viejo, naturalista, escritor y almirante de la escuadra de guerra anclada en el puerto de Miseno. Plinio el Viejo encontró la muerte cuando intentaba socorrer con sus barcos a los supervivientes de la catástrofe.
El documento, conservado en el folio 87 del códice Laurenziano Mediceo en la Biblioteca Vaticana, no es sin embargo el original de la carta del joven Plinio sino una copia medieval. La fecha indicada es “nueve días antes de las calendas de setiembre”. En otra copia de la misma carta se lee Novembres en lugar de Septembres, pero los historiadores prefirieron dar por buena la primera fecha por ser la copia más antigua. Cualquiera de los dos copistas, sin embargo, había podido tener una distracción, un error humano. Quienes caligrafiaban manuscritos antiguos en el Medievo no eran especialistas en historia o en filología, sino monjes sencillos que seguían la regla de San Benito, Ora et labora, y dedicaban una parte de su tiempo canónico a tales tareas, sin plantearse disquisiciones eruditas acerca de aquello que copiaban.
Antes del actualísimo descubrimiento de la inscripción, muchos expertos se inclinaban ya por la fecha otoñal de la erupción, el 24 de octubre. Se habían encontrado braseros en las habitaciones de las casas, y frutas otoñales en las despensas: castañas, nueces. Las dolia, grandes tinajas de barro en las que se guardaba el vino, de algunas factorías agrícolas como la Villa Regina de Boscoreale, estaban cerradas y selladas debajo de la capa de lava, lapilli y cenizas; eso quería decir, más allá de cualquier duda razonable, que la vendimia ya había tenido lugar cuando el volcán las enterró. El primer erudito probablemente en apuntar en esa dirección fue el obispo y filólogo napolitano Carlo Maria Rosini, que descubrió en un texto de Dion Casio una mención a la catástrofe pompeyana, ocurrida según el historiador romano “en los meses del frío”.
Todos estos indicios previos, y algunos más, los encuentro en el libro del arqueólogo Alberto Angela I tre giorni de Pompei (Rizzoli, Milán 2014). Angela escribe desde el convencimiento sobre la hipótesis otoñal. El indicio más curioso que relata, aunque su valor probatorio no es decisivo como él mismo reconoce, es el hallazgo de huesos de ovejas junto a un altar de un recinto en el Foro dedicado al culto imperial. El emperador, desde el mes de junio del mismo año 79, era Domiciano, y justamente cumplía años el día 24 de octubre, el mismo en el que habría tenido lugar la gran explosión. Las ovejas estarían atadas en aquel lugar para ser sacrificadas en una ceremonia que nunca llegó a celebrarse.
En la última página de su libro Angela escribe respecto de la fecha de la erupción la siguiente frase premonitoria: «Quizá la prueba definitiva, clara e inequívoca, sigue esperándonos escondida en alguna parte.»