viernes, 5 de octubre de 2018

EL PREMIO


Sonaba con insistencia Carles Puigdemont para el Premio Nobel de la Paz de 2018. A la hora de la verdad, sin embargo, ha sido descabalgado en el sprint final de la carrera por Denis Mukwege, un ginecólogo congoleño, y Nadia Murad, una militante víctima del yihadismo.
Nada que objetar, el mundo indepe puede esperar un año más. Incluso veinte o treinta, según ha deslizado Puchi en una de sus celebradas epístolas a los efesios desde Waterloo.
La decepción, sin embargo, se suma a otras de calibre parecido que vienen a revelar que toda la cuestión del procés no ha sido asimilada aún en un grado suficiente en el ámbito internacional. Por ejemplo, el president Torra ha escrito a Donald Trump y al papa Francisco pidiéndoles que apoyen desde sus respectivas autoridades las esperanzas de un pueblo irredento. No ha habido respuesta de ninguno de los dos.
Ni Trump, ni el papa, ni el comité del Nobel, empujan como deberían para desatascar el carro, a pesar de que se les ha pedido su ayuda con una educación y un respeto exquisitos. Quizá Torra debería ahora subir el tono, y darles un ultimátum. Si ellos no nos ayudan, nosotros tampoco les ayudaremos. Se tramitará una ley en el Parlament de desconexión unilateral con el mundo mundial. Ellos se lo van a perder.
El inconveniente grave de este plan drástico es que para dictar la ley de desconexión primero va a ser necesario recuperar el Parlament. El Parlament se reabrió por fin después de meses de inacción, pero ha habido que volverlo a cerrar de forma apresurada.
El problema no ha sido que Inés Arrimadas se sacara del bolso una bandera de España, no. Al respecto somos todos personas civilizadas y tolerantes. Lo que está en discusión es el tema de la delegación del voto de los ausentes por prisión y exilio. Los letrados de la institución tampoco ayudan en este conflicto, dicho sea de pasada, y se da una divergencia de opiniones muy pronunciada entre Junts x Cat y Esquerra Republicana, dos formaciones que ven crecer geométricamente de día en día entre ellas un abismo de suspicacias y de resquemores. Han llegado finalmente a un acuerdo precario de mantenimiento de la unidad, pero no hasta la implementación de la República, ojo, sino solo hasta que el Tribunal Supremo español dicte sentencia sobre los encausados. Luego, tanto si hay fumata blanca como negra, allá cada cual.
Esto no va a tener remedio. Si el dramaturgo Samuel Beckett levantara cabeza, escribiría sobre el tema una pieza de teatro del absurdo titulada “Fin de partida”.
Ah, ¿ya la ha escrito? Más a mi favor.