Sonaba con
insistencia Carles Puigdemont para el Premio Nobel de la Paz de 2018. A la hora
de la verdad, sin embargo, ha sido descabalgado en el sprint final de la
carrera por Denis Mukwege, un ginecólogo congoleño, y Nadia Murad, una militante
víctima del yihadismo.
Nada que objetar, el
mundo indepe puede esperar un año más. Incluso veinte o treinta, según ha deslizado
Puchi en una de sus celebradas epístolas a los efesios desde Waterloo.
La decepción, sin
embargo, se suma a otras de calibre parecido que vienen a revelar que toda la
cuestión del procés no ha sido
asimilada aún en un grado suficiente en el ámbito internacional. Por ejemplo,
el president Torra ha escrito a Donald Trump y al papa Francisco pidiéndoles
que apoyen desde sus respectivas autoridades las esperanzas de un pueblo
irredento. No ha habido respuesta de ninguno de los dos.
Ni Trump, ni el
papa, ni el comité del Nobel, empujan como deberían para desatascar el carro, a
pesar de que se les ha pedido su ayuda con una educación y un respeto
exquisitos. Quizá Torra debería ahora subir el tono, y darles un ultimátum. Si
ellos no nos ayudan, nosotros tampoco les ayudaremos. Se tramitará una ley en
el Parlament de desconexión unilateral con el mundo mundial. Ellos se lo van a
perder.
El inconveniente
grave de este plan drástico es que para dictar la ley de desconexión primero va
a ser necesario recuperar el Parlament. El Parlament se reabrió por fin después
de meses de inacción, pero ha habido que volverlo a cerrar de forma apresurada.
El problema no ha
sido que Inés Arrimadas se sacara del bolso una bandera de España, no. Al
respecto somos todos personas civilizadas y tolerantes. Lo que está en discusión
es el tema de la delegación del voto de los ausentes por prisión y exilio. Los
letrados de la institución tampoco ayudan en este conflicto, dicho sea de
pasada, y se da una divergencia de opiniones muy pronunciada entre Junts x Cat
y Esquerra Republicana, dos formaciones que ven crecer geométricamente de día
en día entre ellas un abismo de suspicacias y de resquemores. Han llegado
finalmente a un acuerdo precario de mantenimiento de la unidad, pero no hasta la
implementación de la República, ojo, sino solo hasta que el Tribunal Supremo español
dicte sentencia sobre los encausados. Luego, tanto si hay fumata blanca como
negra, allá cada cual.
Esto no va a tener
remedio. Si el dramaturgo Samuel Beckett levantara cabeza, escribiría sobre el
tema una pieza de teatro del absurdo titulada “Fin de partida”.
Ah, ¿ya la ha
escrito? Más a mi favor.