Despierto este
nuevo 1-O con la noticia de cortes de carreteras, bloqueo de líneas férreas y
ocupación de arterias urbanas, por parte de los CDR. La estrategia soberanista
vira progresivamente del baño de masas pacífico al escuadrismo. Lo hace en nombre
de la democracia, pero la democracia no está presente en este comistrajo, ni se
la espera. Hay un falseamiento de origen en toda esta movida: ni hubo una
votación el año pasado, ni se ganó, ni se legitimó nada salvo una ficción
pasajera. No se celebró un referéndum; se escenificó. Jordi Amat lo explica en
elpais, véase “El doble engaño del Uno de Octubre”. Todo fue una pipirrana,
como la califica López Bulla en su bitácora. El engaño teledirigido, es decir,
dirigido a través de la televisión catalana con la colaboración de otros medios
afines, no iba destinado al país en su conjunto, y menos aún al mundo mundial
(los corresponsales extranjeros hablaron de situación surrealista), sino
precisamente a los fieles, a los creyentes. Con un guiño añadido de conchabeo: “hagamos como si…”
Leo en lavanguardia
los titulares de los artículos de opinión de dos intelectuales orgánicos de la
cosa. Jordi Juan titula “La combinación de la inacción política de Rajoy con la
injustificable represión provocó hace un año la desconexión de miles de
catalanes.” Francesc-Marc Álvaro, por su parte: “El 1-O el Estado fracasó
doblemente: no impidió las votaciones y exhibió una imagen impropia de una
democracia.” Los dos se centran en la “respuesta” manifiestamente torpe del Gobierno
del PP (atención al matiz de Álvaro, que prefiere hablar de “Estado”) y pasan
de puntillas sobre la “pregunta” hecha desde el Govern catalán. También la
actitud del Govern fue injustificable, también fue impropia de una democracia.
No lo dicen.
En esta revuelta
del camino, un año después, debería haber consenso en que aquello fue un farol,
como lo calificó la ex consellera Ponsati. Que no valió para nada más que para
dividir; que es un obstáculo de muchas toneladas plantado en mitad del futuro
de Cataluña, que de día en día se ensombrece y se hace más problemático.
No hay indicios de
tal consenso. Quim Torra llama a no desfallecer para no perder los avances
conseguidos (avances ilusorios, con un Govern en plena retirada). Carles
Puigdemont convoca al “pueblo” a no desviarse del objetivo de la República. No
es poco desvío el que va desde el Palau de la Generalitat a Waterloo.
Ellos siguen
jugando con las palabras y con los sentimientos, y a falta de iniciativas
viables apuestan por el embolica que fa
fort. Cuando se disipe la cortina de humo que están generando, la luz cruda
del día nuevo revelará el estado real del campo de batalla, y para entonces Cataluña
habrá dado otro paso más hacia la irrelevancia. Hacia el culo del mundo.