Comisiones Obreras
tiene una mala salud de hierro. Dicen que los sindicatos están en crisis, y
puesto que CCOO es un sindicato, la lógica aristotélica demuestra de forma
irrebatible que CCOO está en crisis.
Vale, lo está, no
discutamos más. Ahora echen un vistazo a la foto de arriba, tomada este
mediodía en la plaza de la Cultura del barrio de Bellvitge, en l’Hospitalet, durante la segunda edición de la Festa del Treball Digne. En
el escenario, el colectivo Libélulas está recibiendo el premio Aurora Gómez a
la lucha sindical por la condición femenina. La foto es de Carmen Martorell.
Tuve el privilegio,
hace años, de conocer a Aurora Gómez, de trabajar con ella, de buscar al ritmo
que ella marcaba un entorno más amistoso para las reivindicaciones de las
mujeres desde el sindicato y también “en” el sindicato. Entonces parecíamos en
CCOO las doce tribus de Israel cruzando el desierto: líderes en el sobrio estilo
Moisés y Aarón, viriles, enjutos, barbados y desastrados, señalando hacia la
invisible Tierra prometida mientras intentábamos esquivar tanto los carros de
guerra enviados por Faraón como las funestas tentaciones del Becerro de Oro. Llevábamos
a las mujeres bastante a remolque en aquella caravana, pero ellas nunca aceptaron
ser remolcadas y exigieron su propio espacio, en las fábricas como en la
dirección sindical.
Los resultados a
treinta y tantos años vista son bastante perceptibles en la instantánea de
arriba. Unai Sordo y Javier Pacheco (magníficos ambos en sus parlamentos) observan
desde el lateral de la escena la entrega del premio, mientras habla la líder
del colectivo de inmigradas que ha encabezado la consecución del reconocimiento
de los convenios de la OIT a las trabajadoras que dispensan cuidados
asistenciales a domicilio. Ella finalizó su parlamento con una petición conmovedora:
«Cuiden de las que cuidan a sus seres queridos.»
Finalizados los
discursos y los diversos actos de homenaje y reconocimiento, todos nos pusimos
en cola con nuestros tickets para recabar los platos de arroz confeccionado en
paellas enormes ante nuestros ojos, y los vasos de cerveza helada tirada del
barril ahí mismo. Y nos sentamos a comer, en hermandad alegre, en largas mesas
dispuestas en filas paralelas. Y la fiesta continuó. Fiesta de una vieja crisis
que anticipa un nuevo florecimiento.