jueves, 4 de octubre de 2018

LA INDEFENSIÓN DE LA VÍCTIMA ANTE EL JUEZ


Finalizada la vista de la causa, el juez, la fiscal y la letrada de la administración de justicia entablaron una conversación privada, que nunca habría sido divulgada de no haber quedado los micrófonos abiertos por inadvertencia de quien fuera. Hubo risas, chacotas e insultos descarnados a cuenta de una mujer víctima de violencia de género, que no había comparecido en estrados porque la noche anterior ingresó en las urgencias de un hospital con un ataque de pánico sobrevenido al saber que se le había retirado la protección policial. La valoración policial sobre la denunciante, dato que conviene hacer constar, era de “riesgo extremo”, una calificación que solo se da en casos excepcionalmente graves, el 0,01% del total según la SER, la emisora que ha dado publicidad al suceso.
Cuando yo estudié la carrera de Derecho, vi muchas veces escrita en los libros la palabra “deontología”, referida al deber ético del juez en relación con la persona que ha solicitado su amparo. ¿Han cambiado en este punto los planes de estudios?
Se trataba, alega el juez, de una conversación privada. ¿Cesa el deber de amparo del juez en el momento en que cruza la línea invisible entre la función pública y el desahogo privado?
Vamos a suponer que tiene razón el juez en su sospecha de que la víctima fingió el ataque de pánico, y que la verá en el próximo programa televisivo de “Sálvame” poniéndole a parir panteras. Tal circunstancia, sin embargo, no se ha dado aún. Es más, las estadísticas de muertes violentas de mujeres y de niños (en este caso hay que contar con la existencia de dos bebés de 21 y 10 meses) no animan a reírse del problema. ¿No es el desprecio del juzgador a la víctima puesta bajo su amparo, un desprecio generalizado a todas las víctimas desprotegidas por sus juzgadores, los cuales de forma reiterada han evaluado incorrectamente la existencia de “riesgos” reales, algunas veces días u horas antes de que ellas fueran objeto de ataques irreparables?
Si quien tiene por su profesión el deber de amparar al débil, no lo defiende y se burla de él, ¿quién lo defenderá en el estado de derecho al que, en hipótesis, todos tenemos derecho?
Una última pregunta, a la espera de la decisión final del Consejo General del Poder Judicial: ¿quién es el “bicho” y el “hijoputa” en este caso, la mujer o el juez?