Estamos en deuda
con los muy ricos. Sí, ya sé que decir eso es una obviedad, pero ahora me estoy
refiriendo a otra cosa. En concreto: a que mientras la pobreza severa se
extiende por todos los rincones de la Península, también está creciendo la
riqueza extrema: la “riqueza Forbes”, para entendernos.
Y ahí está el quid.
Los muy ricos están haciendo toda clase de esfuerzos por mantener arriba el
indicador de la renta por habitante y mantenernos en el selecto grupo de las
naciones adelantadas. Amancio Prada (1) y sus colegas hacen lo que hacía Cristiano
Ronaldo en el Real Madrid. Sus cincuenta goles por temporada cubrían el déficit
de gol del resto de la plantilla, visible ahora bajo el bastón de mando de
Lopetegui. Los números de Zara, por su parte, disimulan la indigencia creciente
de tantas personas que no pueden permitirse lucir las prendas de su colección
prêt-a-porter, confeccionadas mayoritariamente en Bangladesh y Sri Lanka, países
en los que, debido a la presión demográfica, el precio de la fuerza de trabajo
está mucho más abajo que nuestro bajísimo salario mínimo.
Sabemos por las
estadísticas que los muy ricos viven en lugares tales como Las Rozas,
Majadahonda y sobre todo Pozuelo, en la Comunidad de Madrid; y en Matadepera,
Sant Cugat del Vallés o Sant Vicent de Montalt en Cataluña. Son sitios donde la
riqueza luce; puntos cenitales de la desigualdad en la distribución de la
renta, porque en sus urbanizaciones de alto estanding no hay lugar para los
menesterosos que empujan hacia abajo la media aritmética. Este hecho sencillo convive
con la realidad de que el 26,6% del censo de población español son personas en
riesgo de pobreza severa y/o exclusión.
Las diferencias son
grandes de una comunidad a otra (los números peores son los de Extremadura, los
mejores los de Madrid), pero el mayor crecimiento exponencial de la desigualdad
se da, no por casualidad, en las comunidades de mayor renta. La pobreza mal distribuida
no se nota tanto; el pedazo de pastel que toca a cada cual resulta mucho más
patente y ofensivo cuando resulta que el pastel es muy grande. En todo caso, hay en este tema una cierta igualación en la desigualdad. Autonomías ricas y pobres compiten en incrementar sus índices de desprotección social y de desigualdad. Madrid es lo más
de lo más, pero vivir en Madrid puede ser un infierno para los parados de larga
duración, para los enfermos crónicos, para los jóvenes que no consiguen cruzar
el umbral del mercado de trabajo. Nos lo están contando los periódicos.
Preocupado
justamente por estos datos, el líder del Partido Popular Pablo Casado ha
anunciado que se opondrá con todas sus fuerzas al aumento del salario mínimo
interprofesional. Es sabido que el aumento de los salarios es un dato que va en
contra de la empleabilidad de las personas. Dicho en romance, quien pretende un salario alto, lo más probable es que se quede sin ninguno. La CEOE lleva diciendo estas cosas muchos
años, y si mantiene tendencialmente el puño salarial enérgicamente cerrado lo hace solo por
nuestro bien. También Casado. Se va a batir como un paladín medieval (la
comparación es muy justa) para facilitar empleos basura con salarios basura
para todos, o por lo menos para los felices agraciados en el gran sorteo de la
precariedad. De momento va a Bruselas a denunciar el "falso déficit" de los presupuestos presentados allí por el Gobierno de Sánchez.
Un último dato en torno a estos temas: según el último
Informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza, también ha crecido en
España el último año la pobreza laboral severa, es decir la de quienes sí
tienen un empleo pero no les alcanzan los ingresos para vivir.
(1) Léase Amancio Ortega donde dice Prada, que es sencillamente un cantautor sin mayores medios de fortuna. Señalo el lapsus debido a la fraternal indicación de una lectora gentil y no del todo anónima.
(1) Léase Amancio Ortega donde dice Prada, que es sencillamente un cantautor sin mayores medios de fortuna. Señalo el lapsus debido a la fraternal indicación de una lectora gentil y no del todo anónima.