miércoles, 17 de octubre de 2018

IGUALACIÓN EN LA DESIGUALDAD


Estamos en deuda con los muy ricos. Sí, ya sé que decir eso es una obviedad, pero ahora me estoy refiriendo a otra cosa. En concreto: a que mientras la pobreza severa se extiende por todos los rincones de la Península, también está creciendo la riqueza extrema: la “riqueza Forbes”, para entendernos.
Y ahí está el quid. Los muy ricos están haciendo toda clase de esfuerzos por mantener arriba el indicador de la renta por habitante y mantenernos en el selecto grupo de las naciones adelantadas. Amancio Prada (1) y sus colegas hacen lo que hacía Cristiano Ronaldo en el Real Madrid. Sus cincuenta goles por temporada cubrían el déficit de gol del resto de la plantilla, visible ahora bajo el bastón de mando de Lopetegui. Los números de Zara, por su parte, disimulan la indigencia creciente de tantas personas que no pueden permitirse lucir las prendas de su colección prêt-a-porter, confeccionadas mayoritariamente en Bangladesh y Sri Lanka, países en los que, debido a la presión demográfica, el precio de la fuerza de trabajo está mucho más abajo que nuestro bajísimo salario mínimo.
Sabemos por las estadísticas que los muy ricos viven en lugares tales como Las Rozas, Majadahonda y sobre todo Pozuelo, en la Comunidad de Madrid; y en Matadepera, Sant Cugat del Vallés o Sant Vicent de Montalt en Cataluña. Son sitios donde la riqueza luce; puntos cenitales de la desigualdad en la distribución de la renta, porque en sus urbanizaciones de alto estanding no hay lugar para los menesterosos que empujan hacia abajo la media aritmética. Este hecho sencillo convive con la realidad de que el 26,6% del censo de población español son personas en riesgo de pobreza severa y/o exclusión.
Las diferencias son grandes de una comunidad a otra (los números peores son los de Extremadura, los mejores los de Madrid), pero el mayor crecimiento exponencial de la desigualdad se da, no por casualidad, en las comunidades de mayor renta. La pobreza mal distribuida no se nota tanto; el pedazo de pastel que toca a cada cual resulta mucho más patente y ofensivo cuando resulta que el pastel es muy grande. En todo caso, hay en este tema una cierta igualación en la desigualdad. Autonomías ricas y pobres compiten en incrementar sus índices de desprotección social y de desigualdad. Madrid es lo más de lo más, pero vivir en Madrid puede ser un infierno para los parados de larga duración, para los enfermos crónicos, para los jóvenes que no consiguen cruzar el umbral del mercado de trabajo. Nos lo están contando los periódicos.
Preocupado justamente por estos datos, el líder del Partido Popular Pablo Casado ha anunciado que se opondrá con todas sus fuerzas al aumento del salario mínimo interprofesional. Es sabido que el aumento de los salarios es un dato que va en contra de la empleabilidad de las personas. Dicho en romance, quien pretende un salario alto, lo más probable es que se quede sin ninguno. La CEOE lleva diciendo estas cosas muchos años, y si mantiene tendencialmente el puño salarial enérgicamente cerrado lo hace solo por nuestro bien. También Casado. Se va a batir como un paladín medieval (la comparación es muy justa) para facilitar empleos basura con salarios basura para todos, o por lo menos para los felices agraciados en el gran sorteo de la precariedad. De momento va a Bruselas a denunciar el "falso déficit" de los presupuestos presentados allí por el Gobierno de Sánchez.
Un último dato en torno a estos temas: según el último Informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza, también ha crecido en España el último año la pobreza laboral severa, es decir la de quienes sí tienen un empleo pero no les alcanzan los ingresos para vivir.


(1) Léase Amancio Ortega donde dice Prada, que es sencillamente un cantautor sin mayores medios de fortuna. Señalo el lapsus debido a la fraternal indicación de una lectora gentil y no del todo anónima.