Imágenes del Périgord
La
iglesia parroquial románica de Saint-Léon posa ante la cámara como acuclillada
frente al río Vézère. Vista de frente, es graciosa; de espaldas, tal como
aparece en la imagen, quita la respiración.
Saint-Léon-sur-Vézère
está clasificado como uno de los pueblos más bonitos de Francia. No es decir
mucho, ya que en el listado figuran tropecientos lugares más. No importa; el
pueblo es bonito, en efecto. A la entrada un letrero anuncia, risueño: “Village fleuri”. Es verdad que hay
muchas flores, en un entorno muy limpio, muy cuidado. La población ocupa la
parte interior de un amplio meandro del río Vézère, que la abraza casi por
completo. Hay dos châteaux, de
dimensiones discretas pero muy estéticos: el de Chaban y el de Clerans. Las
calles, estrechas, se deshilachan en revueltas y rincones coquetos; los tejados
son característicos, en ángulo muy marcado, y utilizan la arcilla del país en
lugar de la pizarra. Muchas de las casas aparecen rodeadas por pequeños
jardines olorosos a jazmín y a rosas. Cruzamos al paso varios bares no muy
grandes, de aspecto cómodo y sin pretensiones. Hay también por lo menos un
restaurante digno de mención, el Petit
Léon, en el que almorzamos.
Y luego está
la iglesia románica, en el centro del bucle del río y casi a flor de agua;
alabada por las guías turísticas como la más equilibrada y de proporciones más
armoniosas de todo el Périgord.
Contemplen la
torre-campanario emergiendo por encima del remate de ese ábside esbelto
flanqueado por dos absidiolas asombrosas, y me darán la razón: todo lo que
tiene de culona la iglesia de San León, lo tiene también de bella, de admirable
en el sentido más alto de la palabra.
Entre la
iglesia y el curso del río se extiende un prado fresco, a la sombra de unos
sauces, donde es posible sestear sur
l’herbe. Hacía calor, y dejamos pasar en aquel lugar una hora perezosa,
dormitando y viendo el agua pasar. Luego una madame sonriente se ofreció a hacernos una foto de grupo, para el
recuerdo. Es la que pueden ver aquí abajo.