Imágenes del Périgord
Tímpano del porche de la abadía
de San Pedro en Moissac, que representa la Visión de San Juan en el
Apocalipsis. En el centro de la composición y de las miradas de todas las
figuras, Cristo en majestad. En torno suyo el Tetramorfos, símbolos de los cuatro
Evangelistas que escribieron la síntesis última de la Historia del Mundo: el ángel
de Mateo, el león de Marcos, el toro de Lucas y el águila de Juan. A ambos lados,
dos serafines sostienen los rollos de la Verdad revelada. Y en torno, los
veinticuatro ancianos del Apocalipsis dirigen a una sus miradas al Gran
Algoritmo ordenador del todo.
La composición fue tallada por
un maestro escultor cuyo nombre no se conoce, entre 1100 y 1130. Umberto Eco
trasladó estos relieves a la entrada de la iglesia provista de torreón-biblioteca
en la que transcurre la acción de “El nombre de la rosa”.
Moissac no está en
el Périgord, pero viene a ser su puerta de entrada, desde la línea sur transversal
que marca la autopista que va de Narbona a Burdeos.
Moissac es una
buena puerta de entrada, en cualquier caso, para cualquier parte. Puerta, nada
más. El conjunto de la abadía fue reconstruido sin gracia en el siglo XV, en un
estilo gótico tardío torpe y pesado. Subsistieron de la construcción original el
portal y el claustro, y a punto estuvo este último de perderse para siempre a
mediados del XIX, cuando se llegó a programar el derribo de los edificios
conventuales y el claustro para dar paso a la línea de ferrocarril
Burdeos-Sète.
Volvamos al tema de
la puerta. A ambos lados del tímpano se extienden relieves con historias distintas: de
bienaventurados a la derecha (adoración de los magos, presentación en el
templo, huida a Egipto), y a la izquierda, como corresponde, historias de
condenados: el avaro, la adúltera, etc., torturados por demonios y serpientes.
La columna o
parteluz central de la puerta está adornada con las figuras de tres parejas de
leones entrecruzadas. En los laterales de la columna, Pablo mira con severidad hacia
los condenados, y en cambio la mirada de Jeremías, en el otro lado, se
dulcifica al contemplar a los bienaventurados.
El artífice anónimo
del portal desplegó en su obra una visión poderosa del mundo, del orden y la
justicia, y evocó un más allá establecido desde siempre, que aguarda a los
mortales sin prisa pero también sin escapatoria posible.
Moissac era una
etapa del peregrinaje francés a Compostela. El visitante que cruzaba el umbral
había de tener muy en cuenta la noción crucial del tránsito, de dónde venimos y
adónde nos dirigimos, tal como lo puso en coplas don Jorge Manrique:
Este mundo es el camino
Para el otro, que es morada
Sin pesar.
Mas cumple tener buen tino
Para andar esta jornada
Sin errar.
Partimos cuando nascemos,
Andamos cuando vivimos
Y allegamos
Al tiempo que fenescemos:
Así que, cuando morimos,
Descansamos.
Los cuatro peregrinos
que traspasamos el lunes 1 de julio el umbral de Moissac no nos dirigíamos a
Compostela, sino hacia el norte, a la región histórica y prehistórica del
Périgord. Alguna cosa más iré contando sobre lo que vimos y lo que vivimos en
el viaje, mientras aquí las cosas siguen enmerdadas en los farragosos preparativos para
la investidura del próximo gobierno: cuestión sobre la que, para bien o para
mal, ya está todo dicho.