sábado, 6 de julio de 2019

EL MUNDO EN LA FORMA DE UN TÍMPANO


Imágenes del Périgord


Tímpano del porche de la abadía de San Pedro en Moissac, que representa la Visión de San Juan en el Apocalipsis. En el centro de la composición y de las miradas de todas las figuras, Cristo en majestad. En torno suyo el Tetramorfos, símbolos de los cuatro Evangelistas que escribieron la síntesis última de la Historia del Mundo: el ángel de Mateo, el león de Marcos, el toro de Lucas y el águila de Juan. A ambos lados, dos serafines sostienen los rollos de la Verdad revelada. Y en torno, los veinticuatro ancianos del Apocalipsis dirigen a una sus miradas al Gran Algoritmo ordenador del todo.

La composición fue tallada por un maestro escultor cuyo nombre no se conoce, entre 1100 y 1130. Umberto Eco trasladó estos relieves a la entrada de la iglesia provista de torreón-biblioteca en la que transcurre la acción de “El nombre de la rosa”.


Moissac no está en el Périgord, pero viene a ser su puerta de entrada, desde la línea sur transversal que marca la autopista que va de Narbona a Burdeos.

Moissac es una buena puerta de entrada, en cualquier caso, para cualquier parte. Puerta, nada más. El conjunto de la abadía fue reconstruido sin gracia en el siglo XV, en un estilo gótico tardío torpe y pesado. Subsistieron de la construcción original el portal y el claustro, y a punto estuvo este último de perderse para siempre a mediados del XIX, cuando se llegó a programar el derribo de los edificios conventuales y el claustro para dar paso a la línea de ferrocarril Burdeos-Sète.

Volvamos al tema de la puerta. A ambos lados del tímpano se extienden relieves con historias distintas: de bienaventurados a la derecha (adoración de los magos, presentación en el templo, huida a Egipto), y a la izquierda, como corresponde, historias de condenados: el avaro, la adúltera, etc., torturados por demonios y serpientes.

La columna o parteluz central de la puerta está adornada con las figuras de tres parejas de leones entrecruzadas. En los laterales de la columna, Pablo mira con severidad hacia los condenados, y en cambio la mirada de Jeremías, en el otro lado, se dulcifica al contemplar a los bienaventurados.

El artífice anónimo del portal desplegó en su obra una visión poderosa del mundo, del orden y la justicia, y evocó un más allá establecido desde siempre, que aguarda a los mortales sin prisa pero también sin escapatoria posible.

Moissac era una etapa del peregrinaje francés a Compostela. El visitante que cruzaba el umbral había de tener muy en cuenta la noción crucial del tránsito, de dónde venimos y adónde nos dirigimos, tal como lo puso en coplas don Jorge Manrique:

Este mundo es el camino
Para el otro, que es morada
Sin pesar.
Mas cumple tener buen tino
Para andar esta jornada
Sin errar.
Partimos cuando nascemos,
Andamos cuando vivimos
Y allegamos
Al tiempo que fenescemos:
Así que, cuando morimos,
Descansamos.

Los cuatro peregrinos que traspasamos el lunes 1 de julio el umbral de Moissac no nos dirigíamos a Compostela, sino hacia el norte, a la región histórica y prehistórica del Périgord. Alguna cosa más iré contando sobre lo que vimos y lo que vivimos en el viaje, mientras aquí las cosas siguen enmerdadas en los farragosos preparativos para la investidura del próximo gobierno: cuestión sobre la que, para bien o para mal, ya está todo dicho.